Inferioridad

El miércoles me tocó visitar el lugar más angustioso del planeta: la peluquería. Fui obligado, como siempre, aunque esta vez por mis patillas, que decidieron hace unas semanas adquirir vida propia, muy lejana al territorio que se las suponía. De inicio te lavan el pelo con una sensibilidad hermosa, y convierten este momento en el único resquicio de salvación en el hogar de las tijeras. Los compases siguientes, las sucesivas fases de un castigo.

En este miércoles quise hablar con mi peluquera, para distraer mis ojos del destrozo. Ella es del Barça y resalté su estado de brillantez con un comentario amable, que aceleró sus ganas de conversar. El diálogo duró lo mismo que el corte de pelo y fue doblemente molesto. Dedicó la plenitud de su discurso a criticar al Madrid, sin acordarse mínimamente de la gloria de Suárez, Neymar o Messi. Repartió a Florentino, merecidamente, a Cristiano, que acabó despedazado, a las ayudas arbitrales y a los minutos de descuento de la final de Lisboa, que le parecieron sospechosos. No se detuvo ni un instante en valorar su suerte, solo pellizcó heridas que no sufre y que activaron mi orgullo, contenido eso sí, por las tijeras que sujetaba con sus manos.

Será inferioridad el sentimiento común de culés cuyo orden es comentar las llagas blancas. O la creencia política de cuestionar la ideología rival como principal arma, hasta despreocuparse de su propio latir o pensamiento.