Rojo o blanco

Un hombre tan racional como mi vecino también lo querría así: el Madrid empezó y acabará sus aventuras un sábado por la tarde. Además, los blancos cerrarán contra el equipo más lineal de los últimos años, el que fía su rumbo al entrenador y al sudor, del día a día. Justo el Madrid, ilógico obsesivo, como el prota de American Beauty.

Benzema, que siempre lo hace bonito, pensó en algo que nadie hizo: decorar un despertar. Y sin necesidad de una cama, una bandeja y un zumo de naranja, Karim avisó a los suyos en el infierno. Reservó un sábado por la tarde y marcó gol de chilena; sus compañeros se levantaron felices, mientras que los rivales oscurecieron. Así, arrancó el Madrid, en el penúltimo mes de campaña, en el penúltimo día de la semana.

Tras aquel suceso, la temporada se volvió mágica. Embrujaron al Barça, envuelto en una crisis de tenista, y sonrieron a su dama, la Champions. Ella les correspondió, con la mirada confiada de Angelina Jolie y el movimiento de coleta de Bale. Tienen el perfume del ganador, del chaval que estudia la última noche y saca más nota que el empollón, de la arrogancia, la belleza, la superioridad y la victoria. En su exclusiva lógica, en su peor curso de fútbol, el Madrid ganará la Undécima.

Por su parte, el Atleti lleva hormigueando cinco años. Trabaja de forma uniforme, como un equipo de albañiles decididos a fabricar la mejor casa del mundo, en la que quepa toda su afición, que siempre les ha acompañado. Sus temporadas no sufren vaivenes y siguen la misma dirección, son previsibles e infalibles, como los regates de Messi.

Simeone ha tatuado la esperanza, el honor y el triunfo en las rayas rojiblancas. Y junto al sufrimiento inherente, es el autor de una pócima emocionante. El fútbol le debe una Champions al currante y mucho más al perdedor. Por esto y por Luis, Elena, Jorge, Luisito, Maribel y Lara, el Atleti ganará el sábado.