¡Estoy tocando para ti!

Quería gritarles. Zarandearlos. Resquebrajar esas indiferentes corazas. Atravesar el hielo de esos apáticos ojos. Cogió el estuche del violín y sacó con cuidado su viejo instrumento. Con los mitones aún puestos acarició pensativo las cuatro cuerdas. El frío le había calado los huesos, pero en los pasillos del metro el agradable viento cálido que emergía de los andenes invitaba a quitarse el abrigo. Los mitones, sin embargo, los dejó en las manos. Las hormiguitas de ojos fríos comenzaron a llegar. Caminaban rápido, con sus trajes y maletines como accesorios irremplazables. No le prestaban atención. Que otra cosa cabía esperar. La sonata para piano nº 14 en do sostenido menor comenzó a inundar el aire.  No sabía tocar el piano, tampoco importaba. Le gustaba más el sonido de la melodía cuando emanaba de un violín. La marea de hormiguitas continuaba insensible en su trajín de idas y venidas. Le resultaba indiferente la historia de amor detrás de la melodía. Unos ojos curiosos le dirigieron una rápida mirada al reconocer la pieza de Beethoven. Lo que le gustaba era que la obra no seguía el modelo tradicional de un movimiento de sonata del periodo clásico. Otro par de ojos le miraron molestos; la música del violín interrumpía la de sus auriculares. Pero de la pieza del maestro Beethoven le gustaba especialmente el final, manteniendo la música rápida contenida hasta el tercer movimiento. Un par de monedas repiquetearon en el estuche colocado a sus pies. Se perdía en los acordes, se sentía flotando. Ojos apenados le dirigían miradas de lástima. Las notas le recorrían el cuerpo. Pobre diablo, pensaban. Percibía cada acorde con intensidad paralizante. Tocando en el metro por unas míseras monedas. Las notas eran él. Estúpido, a ver si se calla. Él era las notas. Pobre hombre, no tiene donde caerse muerto. “Claro de luna” estaba llegando a su final. Joder ¡voy a llegar tarde! ¿Quién es este patético vagabundo? Los últimos acordes le provocaron un escalofrío. Aparta de ahí, mendigo. Tenía lágrimas en los ojos, aquella felicidad que le regalaba la música era indescriptible. Las hormiguitas continuaban  su camino. Ajenas, distantes, corriendo. Miró el estuche a sus pies. Suspiró. Tendría que seguir tocando si quería comer ese día. Tocaría ahora el Piano Concerto No.23 in A major. Sí, decidido. Era una de sus favoritas. Antes de volver a levantar el violín miró a los viandantes. Hormiguitas adictas al trabajo en su mayoría. Parecía un desperdicio de tiempo y energía tocar para esos robots. Pero continuaría, por supuesto. Comenzó con la melodía de Mozart al tiempo intentaba controlar su voz interior. Quería gritarles. Zarandearlos. Resquebrajar esas indiferentes corazas. Atravesar el hielo de esos apáticos ojos ¡Escúchame! ¡Despierta! ¡Estoy tocando para ti! ¿Queda algo humano ahí dentro? ¿O el mundo del capital te ha secuestrado el alma también a ti?


Fotografía: Piano, por Joshua Powers en Flickr bajo licencia CC 2.0