La suerte

Mientras el Barça disfrutaba de una victoria medicinal, con baños relajantes y champú, el Madrid volvió a importunar al mundo. Modric centró y Ramos abofeteó a millones de personas, justo con su parte más polémica: la cabeza.

Los blancos hicieron un partido vulgar, desconectaron a un moribundo Barça en la primera parte y cayeron por pereza en el segundo acto. Sus atacantes jugaron a cámara lenta y desquiciaron al madridista habitual, loco por las velocidades de Bale y Morata. Aburrido, Varane la pifió con una falta estúpida, enseñando el camino a Arda Turan y propiciando el gol rival. Los de Luis Enrique por fin se asemejaron al equipo del pase; Busquets comenzó a amasar balón, Iniesta a administrarlo y Messi y Neymar a protagonizar misiones de peligro. Pero ni con esas, el Barcelona parecía un equipo perdedor.

El Madrid acusó el riesgo de los mejores estrategas. Juega en función de lo que le exige el rival, y los azulgranas le pidieron poco, lo que convirtió la escena en un duelo insípido. Con todos los merengues sedados, Ramos se cercioró de la relevancia de su derrota y le apeteció empatar. Y como siempre, el más brillante resolvió el problema al final, con su virtud dorada.

El resto, lejano al madridismo, se enfadó, por la maldita suerte. Así dicen, el Madrid solo tiene suerte, el sustantivo que subestima el valor más importante del mundo. Un atributo innato pero trabajado, en la mente de los ganadores que no protestan, que se fían del destino y siempre confían en sí mismos. Aunque fracasen, pero con la nítida certeza de volver a triunfar, siempre al final. La gloria no será para Jordi Alba ni Luis Enrique. Sí para Sergio Ramos y Zidane.


Fotografía: LaLiga.es