El primer resucitado

Sergio Carro

Desde la Edad Media las mujeres han sido el pecado, la tentación y el mal. Una de estas tentaciones va a ser enterrada en el cementerio de Requejo, pero no será sepultada sola.

Las palabras del cura hablan de un paraíso poco apetecible y entre todas las lágrimas que se derraman, tan sólo las de uno son de amor. Un triste violinista que no acepta la muerte de su musa y que, anegado por un desquiciado estado de idilio y fantasía, la imagina paseando todavía por un sendero conocido. En su ilusión se esmera en seguir a su venus en el más allá para sacarla con vida de la tumba. He aquí su pensamiento:

…y aunque la bruma la asedia humedeciendo sus prendas y su contorno se plasma difuminado en un lienzo grisáceo, no tiene miedo. Los demonios del mundo arden lejos y el fuego sabrá quemar el recuerdo que de ella guarden.

Las tinieblas de mi fatigado sueño resbalan por los desfiladeros que forman las ondulaciones de su falda. Poco a poco se va plegando mi  mente, queriendo amalgamarse con la falda que tanto frenesí le ofrece, y en cuya tela pastan finas flores despreocupadas. Pero ni su falda ni su blanca marinera cubren ya un cuerpo humano.

Voy tras ella por una vereda oculta. Sé que si la alcanzo, no podré abrazarla, puesto que de ella me separa la mortaja con la que han envuelto su cadáver.

Sabe que la sigo, a pesar de que no se vuelva para mirarme. Un aria bellísimo la acompaña. De mis tristes ojos brotan ríos enardecidos por el deseo que va surcando su pelo ensortijado. Los rizos del pecado y la obsesión en los que giré durante tantos años quedan empapados.

También la romanza se desliza por esta espiral, cayendo convertida en la cascada que riega su espalda y perfila así el violín de sus caderas. Tensas y cristalinas son  las cuerdas del violín. Atraviesan su dorso y desembocan en el inicio de sus piernas.

La hierba se agarra a sus pies desnudos intentando retener algo más que sus pisadas.

Contemplo cómo su imagen se entinta de un negro azabache. Han cerrado la tapa del féretro. Veo que se aleja y se precipita a la profundidad del hoyo que cavaron para ella. He de escapar de esta cruel ensoñación y volver a la realidad. Si no, me devorará el dolor y pereceré con ella. Pero la están enterrando y la tierra cae con tanta fuerza que el ruido ensordecedor quiebra sin remedio mi razón.

Ahora se detiene bajo un manzano y coge uno de sus frutos. No es una manzana, es mi corazón. Comienza a devorarlo y yo siento cada mordisco. La sangre es carmín para sus rojos labios. Ella sonríe y yo me muero.

El violinista se desploma y cae al agujero con las manos agarradas al pecho. Ninguno de los presentes hace nada. Todos permanecen en silencio, embutidos en su luto negro. Impasibles continúan echando tierra al foso hasta llenarlo. Y allí lo dejan: muerto, estrellado contra el ataúd, con el corazón mordisqueado y muy lejos del cielo esperado.

Trece horas después, resucita lleno de orugas y larvas. Desea moverse y no puede, anhela sentir como antes y no tiene completo el corazón que tanto sintió. Al lado de su lápida un familiar depositó el arco del violín que no volverá a tocar. Todavía permanece bajo la pesada tierra, allí donde no crece vegetación alguna. Ya conoce la Verdad y la amarga melodía de su composición.

Es prisionero de los gusanos y es el primer resucitado y primer condenado.


Foto: _P_ en Flickr bajo licencia CC