Las maldiciones

La semana pasada me decía que con este Madrid ya no tenía miedo, porque funciona como un reloj. Pero cuando tocaron las 22:15 de ayer, volvió el susto. Jugábamos contra el Valencia. Sin embargo, los blancos arrancaron a jugar como si nada, con Isco moviendo la cintura, Marcelo bailando en la banda y Casemiro expresándose a base de robos. Y de repente apareció el chico de oro con su zurda y su zancada, también doradas, para marcar un auténtico golazo que redujo mis miedos, pero no los extinguió. Los visitantes, guiados por el semblante del hombre cuerdo, Marcelino, entendieron el tanto en contra y se reponían con trabajo y buen hacer. Kondogbia firmaba un partido tan perfecto que generaba sospechas, por qué cedido en el Valencia, por qué no dopaje. Así, llegó el tan temido empate. Asensio se olvidó de ayudar a Carvajal y los centrales del Madrid recordaron no serlo, para que Carlos Soler igualara a placer. El susto volvió a posarse por completo en el césped del Bernabéu, aunque el equipo de Zidane controlaba y generaba ocasiones ante un robusto y sabio Valencia. El choque se acercaba a los minutos finales de la primera parte y otra nube negra apareció: la de los fallos de Benzema en el área chica. Acepté el descanso tratando de ignorar lo de Karim, eludiendo el maleficio, pero sabía que sería imparable. Exquisito lejos del gol, pálido ante él.

La segunda mitad siguió el mismo cauce que la primera, con un gran Madrid y un gran Valencia, necio por no rendirse a las artes de Marco Asensio. Kovacic sustituía a Isco, mareado por la fisionomía de Kondogbia, y Bale continuaba con los cables desenchufados a sus compañeros. El tiempo pasaba, el panorama maldito crecía en mi salón y en la grada. Otra vez el Valencia haciéndonos sufrir, con Parejo chutando faltas a la escuadra y viviendo del lateral zurdo infinito. Y aún no conocíamos el futuro. Rodrigo, otro ex blanco, se coló en el área del Madrid y sirvió un balón de gominola al menos indicado: a Kondogbia, que la ajustó al palo de Messi. 1-2. La maldición ché era una leyenda real y únicamente un héroe virgen de pesadillas podría remediarlo. Era Marco. Fue Marco. El heredero al trono de las zurdas, por fin en la Casablanca. Empató la contienda con otro golazo de falta y el Bernabéu ya pulsaba el botón de la remontada. Ingenuos, no se acordaban de la otra maldición del día, la de Benzema. Yo desde casa sí.

Karim las tuvo de todos los colores para llenar de gloria su estadio, pero anoche le tocó ser esclavo de su propio hechizo. El delantero parecía renunciar al gol, por ser algo demasiado caliente para un futbolista tan frío. Benzema es un ídolo exclusivo. Y por eso me acuesto tranquilo, sabiendo que su maldición le aleja de muchos, sintiéndolo mío.

 

 

Fuente imagen: Trome