Hallazgo

—Manuel. ¡Mira!

—¿Qué pasa? —respondió Ramón.

—Ven, corre. He encontrado una mujer.

—Cómo que has encontrado una mujer.

Manuel y Ramón, dos operarios del sector de la construcción, se esforzaban retirando unos escombros de las obras de restauración llevadas a cabo en el interior de los Baños Árabes de la Pescadería. Un enclave arqueológico situado en la calle Cara, declarado de interés cultural a mediados del pasado siglo. Manuel era un chaval joven y estaba a las órdenes de Ramón, un trabajador maduro y muy experimentado en aquel tipo de trabajos de limpieza y saneamiento. Ramón se acercó con rapidez hasta el lugar donde se encontraba su compañero. No sabía exactamente a qué se estaba refiriendo pero, el rostro desencajado de Manuel, denotando una mezcla de sorpresa e incredulidad le hacía presagiar lo peor. ¡En efecto! Manuel tenía razón. A sus pies, semienterrada entre la tierra removida por las palas excavadoras, se podía apreciar lo que a todas luces era el tronco de una mujer. Estaba de espaldas y totalmente desnuda. Ambos se miraron estupefactos ante aquel inesperado hallazgo.

—¡No toques nada! —ordenó Ramón—. Voy a llamar al jefe.

Ramón, haciendo gala de su experiencia, sabía que un asunto como aquel debía ser comunicado inmediatamente a su encargado. Sería él quien decidiese qué hacer. Marcó un número en su teléfono móvil y con voz pausada comentó lo sucedido. Manuel, mientras tanto, era presa de una gran excitación. En escasos minutos, el capataz se presentó en el lugar comprobando con gran conmoción la veracidad de lo que Ramón le acababa de comentar por teléfono.

—Chicos voy a avisar a las autoridades locales para que se encarguen de este asunto. Dejadlo todo como está. Enseguida vuelvo.

En menos de un cuarto de hora, el jefe, acompañado de un amplio y variopinto operativo regresaba de nuevo al lugar. Con gran lentitud, los especialistas fueron desenterrando el cuerpo de la mujer. Primero descubrieron totalmente el tronco y, posteriormente, consiguieron desenterrar la cabeza, que se encontraba girada sobre su tronco. Al seguir extrayendo la tierra que cubría el resto del cuerpo, observaron con gran estupor cómo su rostro se hallaba prá cticamente desfigurado y, lo que era peor, se dieron cuenta de que aquella mujer: ¡no tenía brazos! Entre varios de los asistentes, con exquisita delicadeza, la subieron a un furgón. Debían examinarla con mayor precisión en un lugar más adecuado. La comitiva se alejó del recinto no sin antes dar las gracias a Manuel y Ramón, quienes habían descubierto una magnífica escultura de mármol que representaba a la diosa de la belleza y del amor de la antigua mitología griega: Afrodita. Desde entonces, la maravillosa estatua se encuentra expuesta en el Museo Arqueológico de la ciudad de Córdoba donde puede ser admirada por parte de sus subyugados visitantes.

Fuente Imagen: Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba

Autor: Francisco Zurita