Vivir deprisa

Siempre me despierto antes de que suene la alarma, muchas veces incluso antes de que salga el Sol. No sé por qué lo hago si ningún día tengo nada que hacer antes de las doce. Supongo que es porque siempre me ha gustado ser el primero en todo. Bueno, en casi todo.

En las carreras del instituto, el primero. En los exámenes, el primero (en acabar quiero decir, nunca soy el que más nota saca). Soy el que antes acaba de comer, el más rápido en ducharme, en andar, nadar, besar. Y el primero siempre en irme a la cama.

En lo único en lo que no soy (ni quiero) ser el primero es en morirme.

Qué fuerte suena cada vez que lo pienso. Y lo pienso todo el rato. Por eso soy tan rápido, para huir de ella.

Me lleva persiguiendo desde que nací, como a ti. Pero yo soy más veloz.

Lo que más miedo me da es que me alcance, quedarme sin tiempo. Por eso voy todas las mañanas al cementerio. Ahí no hay nadie que conozca; no llevo flores ni lloro. Pero me aterra pensar que se quedaron sin horas antes de saberlo. Que no tuvieron minutos suficientes para amar todo lo que hubiesen querido; que sus últimos segundos no fueron felices.

Voy todas las mañanas al cementerio y veo amanecer desde ahí. Me he leído los nombres de todas las tumbas y ya me sé de memoria dónde están enterrados, con quién y con cuántos años murieron. Les saludo uno por uno y les describo los colores del cielo esa mañana. Estoy seguro de que les encantaría verlo, pero fueron muy lentos.

Cada uno tenemos un reloj dentro que poco a poco se va quedando sin amaneceres, por eso tenemos que darnos prisa siempre. Porque no sabemos cuándo se va a acabar, cuándo nos vamos a acabar. Y eso es lo que más miedo me da.

Veo a mis padres gastando tiempo en enfadarse, a mis amigos desperdiciándolo en casa sin salir a la calle. Me observo a mí mirar hacia atrás, muerto de miedo, y cierro los ojos para pedir que se pare, que todos se paren.

Hoy ha amanecido nublado, el tipo de amanecer que menos me gusta. Porque las nubes se mueven muy lento y me hacen perder más tiempo esperando a que dejen salir al Sol.

Pero hoy también, al llegar a casa, me he dado cuenta de una cosa: llevo todo el día sin el reloj. Hoy, que todo se movía más lento. Hoy, que apenas he corrido. Hoy, que nadie discutía, que he salido a la calle con mis amigos. Hoy, que todo el mundo estaba dormido cuando he entrado en casa.

Me gusta ser el primero en casi todo. Y ese “casi” es el que me hace querer ser más rápido que el tiempo. Pero a veces hay que vivir despacio, esperar a que las nubes se vayan. Hoy lo sé, y mañana, cuando vuelva al cementerio por la mañana, daré las gracias a todas esas personas que me han cedido su tiempo a cambio de que yo les detalle los tonos del cielo. Da igual si corrían, si eran lentos. Hoy lo sé, sé que solo querían más tiempo.