De la fotografía en papel a la pantalla del móvil

El artículo del profesor Ignacio Asenjo Salcedo recaba en la transformación de la imagen química fotosensible de la fotografía tradicional en imagen digital. Este cambio tecnológico producido en el último cuarto del s. XX se ha asentado sobre otros de no menor calado, internet y las redes sociales. Desde esa conjunción estelar asistimos a un nuevo universo visual y cultural en construcción, con la transformación y la vertiginosidad con la que está modificando las conductas sociales, cuyas consecuencias nos llevan a pensar que estamos transitando hacia una nueva era.


Por Ignacio Asenjo Salcedo, Profesor de educación plástica, visual y audiovisual del IES Gregorio Marañón. 

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción;
y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

(Calderón de la Barca)

Desde 1913, con las primeras cámaras Leica, se empezó a popularizar el ser fotógrafo y ello tuvo consecuencias imparables sobre la democratización de la producción de imágenes. A partir de ese momento cualquier persona, con una pequeña cámara, pasaría a convertirse en notario visual de la realidad circundante y a plasmar su visión del mundo. Esta idea de facilidad y posibilismo masivo, do it your self, estuvo permanentemente presente en la estrategia de ventas de la ya desaparecida y en otro tiempo emblemática empresa Kodak, algunos de cuyos eslóganes publicitarios resumían bien esta idea: “Usted apriete un botón, nosotros hacemos el resto” , “La vida es maravillosa, cáptela para siempre con una cámara Kodak”, el poco afortunado “That load like a gun” o el visionario “Share moments. share life”.

Kodak, fundada en 1888, lideró el desarrollo de la fotografía comercial en el s XX. La razón de su éxito, consistente en la incorporación del carrete para sustituir a las placas de cristal que se empleaban hasta entonces, fue asimismo el lastre que llevó a su extinción. En 2012 se produjo el desplome financiero de la compañía; definitivamente el carrete de película ya era cosa del pasado. Se establecía un nuevo paradigma: la fotografía analógica había sucumbido frente a la imagen digital; la imagen se des-materializaba para siempre.

La imagen digital: Inmediatez, reproducción y manipulación.

En 1957 Russell Kirsch registró la primera imagen digital en píxeles inventando un dispositivo que convertía la imagen captada en matrices de 0 y 1. El tema de aquella fotografía era un bebé de 3 meses, que podría considerarse hoy como un presagio de la nueva vida que acababa de venir al mundo. Antes la imagen fotográfica tradicional era el resultado de las reacciones químicas de materiales fotosensibles; el avance tecnológico, en el contexto del desarrollo de la informática, consistirá en registrar la imagen mediante un mapa de bit o malla reticular de pixeles.

En 1978, paradójicamente Kodak fue quien patentó la primera cámara fotográfica digital. Steve Sasson, ingeniero de la compañía, construyó un artefacto de 3,6 kg utilizando una lente de cámara de video de super 8 y unas cintas de cassette como soporte de grabación. Solo captaba imágenes en blanco y negro pasados más de 20 segundos y con una resolución de 0,01 megapíxeles.

Desde ese primer modelo el desarrollo tecnológico ha ido en la dirección de conseguir una mayor nitidez y resolución de las imágenes en todo tipo de condiciones de luz (actualmente un móvil registra imágenes a color con una resolución superior a 10 megapixeles) y a mayor distancia (zoom óptico-zoom digital) y con medios cada vez más pequeños y menos pesados, capaces de compartir la imagen inmediatamente, gracias a la reducción del tamaño de los dispositivos incorporando la nanotecnología y la conectividad (disponibilidad que tiene un dispositivo de conectarse a una red y a otros dispositivos informáticos). Subrayar que hoy la imagen es una función más de unos aparatos que tienden a tener prestaciones similares (ordenador, móvil o tablet); que ofrecen la posibilidad de trabajar con contenidos de diferente input quedando obsoletos en un tiempo cada vez menor y cuya competitividad en el mercado va ligada a una creciente mayor potencia en la realización de tareas y portabilidad; es decir, flexibilidad y movilidad para crear y compartir contenidos desde diferentes lugares del planeta.

Mas allá de esbozar el camino del desarrollo tecnológico transitado, interesa analizar lo que esos cambios han supuesto como fenómeno sociológico y antropológico. El uso del móvil y otros dispositivos ya citados son un rasgo que nos caracteriza como comunidad humana actual y las imágenes con ellos producidos constituyen una de las manifestaciones sociales y culturales más representativas de los nuevos tiempos.

La naturaleza digital de la imagen supondrá la producción indiscriminada de imágenes y el poder verlas inmediatamente. Mientras que en el pasado, antes de disparar una fotografía, uno se lo pensaba y repensaba, teniendo en cuenta el precio del carrete y del posterior proceso de revelado, ahora el coste se ha reducido hasta el límite de que hoy es gratis obtener una imagen. Además, ahora se dispone del resultado al instante. La imagen digital que se ve en el momento es el presente, antes, por contra, la foto siempre reflejaba un pasado, el que mediaba entre el momento en que se hacía la foto y se obtenía el resultado en papel o en diapositiva (transcurrían unas horas, unos días o unas semanas… lo que duraba el tiempo de la gestión del revelado).

También ha sido transcendente el cambio del soporte, planteando una nueva relación entre imagen y medio. La fotografía en papel ha quedado como residual en pro de la imagen que se visualiza a través de  la pantalla de un teléfono móvil o de un ordenador. Si bien es cierto que existe la posibilidad de reproducir esas imágenes en un soporte distinto al original (se pueden imprimir en un papel, un lienzo, una taza o una manta, entre otros objetos) el mayor número de imágenes viven tan solo electrónicamente. Antes las personas llevaban en la cartera las fotos de sus seres queridos, hoy están alojadas en sus móviles.

La imagen digital es múltiple, cabe reproducirse sin límites. Ya no hay un original y un determinado número de copias; ahora existen un sin fin de originales sin que entre ellos quepa distinción alguna.

La imagen digital es manipulable con facilidad llevando al espectador a una situación de indefensión o confusión sobre la certeza y veracidad de la realidad retratada. El concepto de mimesis que se presuponía a la fotografía ha dejado paso al de semejanza, una relación flexible de mayor o menor coincidencia entre imagen y realidad. Casi todas las imágenes que circulan por internet son falsas. Los propios dispositivos incorporan softwares para mejorar en origen el modelo y disponen de programas de edición para que el autor modifique y altere la realidad captada de forma previa a lanzarla al mundo; algo que igualmente pueden hacer los destinatarios antes de proceder a su reenvío.

Hasta hace poco, cualquier persona veía un anuncio publicitario dando por descontado que contenía una mayor o menor dosis de fantasía. Por contra confería veracidad al resto de las imágenes, solo matizaba por sus elementos constitutivos (punto de vista, encuadre, valores expresivos de la luz, instante…). En la actualidad el espectador carece de la certeza necesaria para establecer juicios de autenticidad. La información de la imagen puede que no sea cierta. El dicho ver para creer ya es cosa del pasado. Los medios periodísticos que basan su fortaleza en la credibilidad han tenido que tomarse muy en serio este asunto y establecer condiciones para preservar las imágenes que vayan a publicarse. Veamos dos ejemplos:

El periódico El País en su Manual de Estilo establece: “Está prohibida toda manipulación de las fotografías que no sea estrictamente técnica (edición periodística, eliminación de defectos de revelado o de transmisión) o esté destinada a preservar la identidad de menores o personas expresa o potencialmente amenazadas. Ni siquiera se podrá invertir una imagen con el propósito de que la cara de la persona fotografiada dirija su vista a la información a la que acompaña.”

El periódico El Mundo por su parte recoge: “Las fotos solo se podrán tratar para mejorar la calidad, nunca para forzar la información que aportan. En este sentido, no se podrán manipular para cambiar la orientación de las personas de derecha a izquierda o viceversa”.

Sin embargo, la mayoría de las imágenes que circulan por las redes sociales escapan a este control de auto-regulación. Las fakes news periodísticas contienen imágenes premeditadamente falsas cuyo objetivo es provocar una reacción calculada con el mayor impacto social posible. Baste imaginar la foto de un acto político  tomada y retocada en  la que puede aparecer un número mayor o menor de asistentes, banderas o pancartas como apósito incrustado o eliminado con esmero tecnológico para que el espectador no descubra el engaño. La foto enferma y omnipresente cumplirá el objetivo previsto de comunicación  y por ende, de forzar un estado de opinión pública.

Esta situación de indefensión podría enderezarse en el futuro. En 2018 ha aparecido en el mercado Surfsafe, la primera aplicación que incorporada al navegador identifica las imágenes alteradas o utilizadas de manera engañosa. Las grandes plataformas de difusión de contenidos irán estudiando la forma de controlar la limpieza de las imágenes subidas. No basta con que, empresas como YouTube deriven toda la responsabilidad hacia los propietarios de las cuentas:“Ud. acepta ser el único responsable (frente a YouTube y a otros terceros) de toda la actividad que tenga lugar en su cuenta YouTube”.

La BBC.com utiliza Farid, al que denomina forense digital que “escudriña las fotografías en busca de señales casi imperceptibles que sugieren que una imagen ha sido manipulada” y concluye en recomendar requerir al espectador “una cantidad sana de escepticismo” a la hora de consumir imágenes digitales.

Otra característica surgida de la imagen digital ha sido una estetitización del mundo. Además de las posibilidades de representación de la pintura y la fotografía tradicional se enfatiza sobre el hecho de que la tecnología que acompaña a la imagen digital ha puesto al alcance de muchos unas posibilidades artísticas que ya vislumbraron las vanguardias históricas de la primera mitad del s. XX, aquellas que rompieron con el modo de representación tradicional. Se interviene en la imagen digital al de-construirse y reconstruirse con extrema facilidad. Imágenes resultantes de aplicar las técnicas del foto-montaje o el collage, en otro tiempo manuales y laboriosas, se consiguen ahora usando las herramientas de programas informáticos de 2D como el Photoshop o de 3D como el Autocad. Otro tanto ocurre con la creación de imágenes surrealistas con resultados sorprendentes obtenidas al fusionar, deformar y utilizar iluminaciones efectistas con formas de múltiple procedencia situadas en nuevos escenarios. El pop art de los retratos de Warhol o el tratamiento reticular de las obras de Linchestein son otras técnicas de interpretación de la realidad que continúan en la imagen digital.

La imagen digital y lo audiovisual por extensión va ganando relevancia y valor artístico en el video-arte, en las instalaciones, en los registros audiovisuales de los performances, en los efectos digitales de las películas… destacando el video juego por su incidencia social y  su importancia económica.

El ilusionismo es el rasgo en el que concluye la imagen digital. La imagen es ilusionista en tanto que consigue ser una imagen mental engañosa, trucada, que presenta una falsa percepción de la realidad con la que el espectador asienta. También es ilusionista desde el momento de su creación, al existir una ilusión, unas expectativas de esperanza sobre algo que el autor entiende que va a suceder, de satisfacción y conformidad, asunto que se retomará a continuación.

La imagen y las redes sociales: Simultaneidad, notoriedad, transgresión, testificación, control social.

Internet, junto con las redes sociales, es el medio actual por excelencia para transmitir imágenes y que ha generado un nuevo contexto. La red ha posibilitado el acceso a lo visual como nunca antes había ocurrido. Una persona podría pasar toda su vida viendo imágenes diferentes. Antes se necesitaba tener la fotografía o que la enseñasen físicamente o verla reproducida en una publicación. Si se echa la vista mucho más atrás, las personas tenían que acudir a la iglesia a un acto litúrgico para compartir la misma imagen de sus muros, vidrieras o retablos. Ahora, la misma imagen llega  a todos y cada de uno de los fieles incorporados a una lista de contactos.

Millones de personas pueden estar viendo lo mismo. Internet es una red de comunicación que ha posibilitado difundir y compartir información y por ende imágenes y, lo que es clave, de manera simultánea. Esta posibilidad de que una imagen sea transmitida y vista por miles de personas al mismo tiempo, produce una experiencia compartida y una posibilidad de respuesta gregaria inducida. No estamos hablando solamente en términos cuantitativos, sino también espaciales, lo que está llevando a una homogeneización planetaria, una pérdida de la idiosincrasia local, y, desde la psicología social, a una respuesta inducida, un comportamiento común, globalizado.

La cantidad ingente de imágenes que se realizan propicia el consumo de las mismas. El término consumo significa que las personas entendemos como bien de uso las imágenes, pero con nuestros comportamientos efímeros, de dedicarles apenas unos instantes y de infravaloración, hacemos que se extingan en un tiempo cada vez menor. Las nuevas generaciones son capaces de ver muchas fotos en muy poco tiempo, en algunos casos décimas de segundo. Ha desaparecido la contemplación que en ocasiones de plenitud, llevaba al ensimismamiento, algo inherente a la experiencia que alcanza el espectador ante una obra de arte. El mundo discurre velozmente al compás del gesto de la yema del dedo en su frenesí por ir a lo siguiente, el ensimismamiento se ha sustituido por pasar de una imagen a otra hasta el hartazgo.

El binomio imagen y redes sociales se ha de estudiar desde la relación de las personas a través de las imágenes de su móvil; es decir, no se entiende hacer fotos sin el acto posterior de compartirlas.

Se parte de la obsesión por registrar todas las experiencias. Parece que no se puede encarar la realidad sin almacenarla en imágenes, lo que explicaría la actitud de,  por ejemplo, grabar con el móvil un concierto, verlo a través de la pantalla marcando distancia con la propia experiencia in situ en la que la persona se encuentra, ausente de la realidad y, a partir de ahí, establecer un universo simbólico de relación. Da la impresión de que la única vida que se vive es la que se cuenta en imágenes.

El selfie, en la amplia acepción de auto-retrato, de que el propio autor aparezca en sus imágenes, empezó siendo una moda y ya es algo normal. La piscóloga Pamela B. Rutledge llegó a la conclusión de que el selfie tiene diferentes connotaciones, más allá del aparente narcisismo, de la admiración exagerada de una persona por sí misma. El éxito entre adolescentes se debería a esa necesidad de búsqueda de identidad, de explorarse, conocerse y aceptarse favorablemente.

También, el selfie es un documento pasajero, una consideración de un concepto de tiempo efímero, cambiante e inestable que define la modernidad. En contraste con la imagen formal de la fotografía tradicional, el selfie exalta la libertad de lo individual. Las sesiones de fotos con un fotógrafo profesional han quedado reservadas para momentos estelares de la vida:

“Even our “formal” images are more informal and the freedom of representation has changed the standard for what is considered the most expressive of the “truth” of an individual” (7).

El selfie es una manifestación del carácter social del individuo. El hombre, ese ser social por naturaleza del que habla Aristóteles, necesita a otras personas. Un selfie se hace para compartir y para merecer la aprobación de los demás, a lo que añadiríamos, en nuestra opinión, superar un examen mostrando una imagen de nosotros perfectamente imperfecta.

El afán de representación que siempre ha tenido el ser humano ha sido sustituido por el afán de presentación, de crear imágenes para un espacio social. El selfie es la manera de mostrarnos, del ser y del estar en la vida cotidiana; es decir, aunque aparentemente de una manera más visual, la imagen selfie es una construcción intelectual. El semiólogo Roland Barthes estudió la construcción de la imagen desde la propia significación de actitudes estereotipadas como la pose o el gesto. El individuo actual sigue esta retórica, formula su imagen tomando como punto de partida la imitación de otras imágenes estandarizadas. En esa exhibición también hay un riesgo de ser rechazado, el autor está expuesto al veredicto anónimo del espectador, dilema que se salva con el like. El like no solo implica que a otro le guste cierta imagen; en cierta medida destila un aroma de envidia, un deseo de hacer o tener lo que otra persona tiene, algo que reconforta al protagonista de la imagen.

La construcción interesada de una imagen pública a través del retrato no es algo nuevo. Del siglo pasado han quedado documentadas las sesiones fotográficas de Hitler en el estudio de Henrich Hofmann y recogidas en el libro Yo fui amigo de Hitler, en las que se trabajaba en la búsqueda elaborada y concienzuda de la imagen del dirigente con la que comunicar eficazmente su determinación política, con el fin de que fuese persuasiva, sin caer en el ridículo.

En la cultura contemporánea ha proliferado la imagen del cuerpo. El arte occidental siempre ha conferido un estatus superior al género del retrato frente a otros como el bodegón o el paisaje. Hoy en día abundan los cuerpos artificiales aparentemente naturales, que se han erigido como un sueño de perfección alcanzable que se traduce en el éxito social y en un envidiable atractivo sexual.

Las imágenes donde el retratado se sitúa en un entorno, tanto la figura como el fondo llevan, de la mano de la teoría de la Gestalt, a comunicar familiaridad. En lo cotidiano el receptor de la imagen se conecta más fácil y favorablemente con el emisor, se comparte la habitación, los lugares de ocio… los gustos,  se produce una comunión de la vida. El otro está tan cerca de nosotros que deja de ser él mismo. Hacemos nuestra la reflexión de David Pérez:

“Los dispositivos móviles crean la falsa sensación de conocer al otro, de formar parte de la vida del otro, mientras lo miramos. La perspectiva del voyeur es ahora más popular que nunca, observar y mirar al otro sin pudor ni descanso es una práctica cotidiana, un pasatiempo frente a la pantalla: buscar, imaginar y pensar al otro. Cómo es posible creer que uno no forma parte de la vida del otro cuando puedes verlo recién levantado, en clase o en el trabajo, de viaje, en la playa, en el campo, comiendo, duchándose, yéndose a dormir”.

Otra cuestión a reseñar cuando se habla de redes sociales es la posibilidad que éstas ofrecen a cualquier persona de ascender simbólicamente en la pirámide social. Históricamente, en el ámbito en el que situamos este trabajo, la importancia de una persona venía reflejada por la cantidad de imágenes que de ella se tenían; los reyes y otros poderosos protagonizaban las imágenes de una época. Seguramente, la mayoría de  nosotros solo conservemos de nuestros abuelos un par de fotos, fueron personas socialmente insignificantes; por contra nuestros hijos atesoran desde corta edad un registro ingente de imágenes.

Muchas imágenes producidas en y para las redes sociales son transgresoras, en tanto que rompen con las normas sociales y los hasta ahora espacios públicos y privados diferenciados. En España la Ley de Protección de Datos es el marco jurídico que regula los derechos de las personas que aparecen en las fotografías pero ¿qué ámbito de la vida privada se tiene derecho a proteger si uno mismo es quien la exhibe? La disolución de la esfera de lo privado en lo público se produce desde el momento en que alguien se muestra sin pudor, compartiendo las imágenes de su vida. Se da una mercantilización cuando esta exposición pública de la persona es promovida por ella misma para obtener ingresos gracias a su branding, su marca personal, al incitar con éxito a sus seguidores para comprar determinadas cosas.

Otro elemento que han aportado las redes sociales es la inmediata testificación. Hoy en día, cualquier cosa que ocurre es registrada por infinidad de personas. Se producen en tiempo real tantos relatos en imágenes como portadores de móviles que se encuentran en el lugar de los hechos. Esta posibilidad ha dado pie a otras situaciones, algunas de las cuales dejamos aquí apuntadas: la difusión de imágenes por parte de testigos de agresiones a otros compañeros dentro del entorno educativo; el hecho de que cualquier persona pueda convertirse en periodista gráfico si se le presenta la oportunidad y, en el ámbito ciudadano, los problemas legales que pudieran derivarse de la grabación de actuaciones de los cuerpos de seguridad del Estado.

La tecnología de la imagen está abriendo las puertas a un mayor control de las personas. Ya es pasado aquel tiempo en el que el Estado solo poseía la fotografía del Documento Nacional de Identidad de la mayoría de sus ciudadanos. La video vigilancia y los big data de imágenes se han ido introduciendo en las últimas décadas al rebufo de la siempre controvertida ponderación entre libertad y seguridad. Ya se usan sistemas de identificación facial masiva de ciudadanos en China mediante cámaras colocadas en los accesos al metro y en otros lugares públicos y se antoja que la cosa no ha hecho más que empezar.

La realidad virtual

La conjugación de los anteriores elementos están derivando en la creación de un mundo virtual. Éste solo se entiende desde la negación del mundo físico y las relaciones directas que imponía la realidad, aunque mantiene un cada vez más fino cordón umbilical con la realidad. Hans Belting, antropólogo de la imagen, afirma: “Las imágenes fracasan únicamente cuando ya no encontramos en ellas ninguna analogía con aquello que las preceden y con las que se las puede relacionar en el mundo”.

La imagen en movimiento y, en concreto, el videojuego está siendo el medio más popular para crear realidades virtuales, donde no solo se plasman escenarios virtuales imaginarios pero extremadamente realistas, sino que también sumergen al espectador en una narrativa alejada de su vida real con nuevas relaciones sociales en los sistemas de juegos en línea con varios jugadores. Las gafas de realidad virtual, las imágenes de 360º, los hologramas, la realidad aumentada que permite superponer elementos virtuales sobre nuestra visión de la realidad son otras formas de imagen que nos están anticipando el futuro.

Nada empieza a ser más real que un mundo virtual dentro del mundo real. El cerebro humano es muy maleable: la percepción y, por tanto el conocimiento, está siendo constantemente modificado para adaptarse al cambio visual trazado con el advenimiento e implantación de la imagen digital. La estrategia del entretenimiento está resultando ser la vía de penetración para establecerse. Hace tiempo que la imagen dejó de ser una simulación sobre la realidad para devenir en una simulación indistinguible de la realidad.

Estamos ante una nueva era, algunas de cuyas consecuencias culturales no han hecho más que empezar a manifestarse y otras, solo imaginables en la ciencia ficción, llegarán con el desarrollo de la inteligencia artificial en ciernes..