La soledad se ha personificado en el interior de la ermita de Brimeda. En el altar hay una botella de vodka al lado de un metrónomo, un asiento frente a unos cirios gastados y un cura ebrio que dentro de poco dejará de creer en Dios.
Esta será su noche más triste. Hace cinco meses que perdió a su amada y puede que ésta sea ya un esqueleto. Recuerda que Ella le contaba cuentos sobre una especie de engendro que la seducía y, viendo que él se estremecía con estas fábulas, le preguntaba: ¿Por qué tiemblas?
Ningún día desde que desapareció ha dejado de tocar la campana de la ermita. El fuerte sonido llena su cabeza y se mezcla con el alcohol ayudándole a olvidar su dolor.
Y pensando en Ella, con la lumbre de las velas en sus ojos de candela, se duerme vigilado por las llamas. Los toques pausados del metrónomo hacen que su sueño sea delicioso.
Sueña con aquel “te quiero” que dejó colgando de la exquisita oreja de Ella, como si de un discreto pendiente se tratase. Y el metrónomo se balancea al tempo en que se mece el pendiente en dicha oreja. Pero, de repente, cesa su movimiento.
Nuestro sacerdote despierta y siente que parte de su alma queda atrapada en el sueño. Entonces se ve reflejado en el fuego. Su carne se quema entre los demonios que danzan en las llamas. En este instante comienza a sonar la campana.
Sale afuera. No hay nadie, de modo que sube las empinadas escaleras de piedra que a la campana llevan. Detiene su estruendo abrazándola y mira dentro. Horrorizado queda al verla a Ella incrustada dentro de la campana, deshecha por el badajo que percutió en su cuerpo durante meses. En el labio de la campana se lee una escritura que dice: ¿Por qué tiemblas?
Fotografía: Unrecicled, por S.Rae en Flickr.