Escribir un diario supone abrirte en canal, dejar por escrito lo que te mueve. Pero también lo que te frena, lo que te inquieta. Lo que te asusta. Publicar todo eso, supone dejar que el lector pueda entrar en lo más hondo de ti para descubrir, que todo eso que escribes, es también lo que en ocasiones nos atenaza, o nos impulsa, a nosotros.

Leer es una conversación privada entre dos personas, el que escribe y el que lee, aunque en realidad pueda estar produciéndose en muchos lugares a la vez. Sólo que al leer un diario, la charla se vuelve todavía más íntima y privada.

Luego, claro, hay quien utiliza el dietario para situar al lector al pilotaje de sus sentidos. Y lo transporta a un lugar, un ruido, un aroma. A un ambiente. Cambia el cómo vive las cosas por la propia vivencia de las cosas.

¿Se puede sentir el ambiente de una clase de Ortega y Gasset hoy en día? Sólo hay que leer a Josep Pla para ver que sí.

Puedes preferir, también, algo menos trascendente. Más de estar por casa. Leer ese pensamiento que a todos nos viene ante un cuadro o un paisaje. El cuándo carajo hay que dejar de mirarlo sin importunar a quien nos ha llevado a él. Claro que normalmente nosotros no le damos salida, pero hay otros como Uriarte, que no sólo se la dan, sino que la dejan por escrito.

Por cierto, que puedes detestar las novelas de un autor y, en cambio, quedarte fascinado con su vida, con la época en la que le tocó escribir. O describir.