Ana Iris Simón, autora de Feria, dice que sin La Mancha, su libro no sería lo mismo. No se sabe a ciencia cierta todo lo que ocupa La Mancha, aunque la tierra rojiza y quebradiza, el viento eterno y la defensa a ultranza del Quijote son seas de identidad de esta tierra.

Entrar en Feria es descubrir que hasta en la tierra más seca también se pueden echar raíces, y que hoy en día, más que nunca, se pueden volver vitales. Saber de dónde vienes para poder entender no a dónde vas, sino a dónde quieres ir. De hecho, Ana Iris Simón reconoce que el libro iba a ser otra cosa, pero al final lo que salió es esto. Porque su padre le enseñó a contar historias y es posible que no haya mejor forma de contar la suya. La de esa familia feriante de la que se avergonzaba en el colegio cuando era niña, y a la que ahora mira, y vuelve, con orgullo.

En sus páginas hay nostalgia, por un mundo que todos vemos que se acaba, pero ninguno sabemos decir muy bien qué es lo que se acaba. Es, en palabras de Alberto Olmos, una vindicación provinciana para los que todavía no hayan sido engullidos por una gran ciudad, por el ideal de vivir en Malasaña y compartir piso hasta los 35. Con suerte. También es un recuerdo de que la Feria es más que luces, algodón de azúcar y muñecas chochonas. Es mear en un cubo por la noche, el polvo en la garganta y el olor a sudor durante todo el día. Porque ninguna Feria es perfecta, ni la de las romerías ni esa en la que se ha convertido la vida en la ciudad. Pero esta es la suya, y merece la pena leerla.