Camba decía que había adquirido la facultad de convertir todas las cosas en artículos de periódicos. Y lo demostró. Escribía indistintamente del mar, de la vida en Alemania o de la llegada de la II República.

Siempre el mismo humor, el mismo tono y la misma distancia sobre el tema a tratar. Como un cirujano al que le da igual el paciente, tapado con una tela que sólo ofrece el espacio necesario donde realizar la incisión.

Luego están David Gistau, Karina Sainz Borgo o Leila Guerriero, que colocan cuerdas entre sus columnas y convierten sus textos en un cuadrilátero del que sólo puede salir uno victorioso. Y rara vez serás tú. Sus plumas son a veces afiladas, casi siempre avasalladoras. El KO es el primero de su larga lista de efectos secundarios. Y para bien. Hay golpes que hacen crecer, sobre todo los literarios.

El columnismo es uno de esos géneros a los que uno debe asomarse con paciencia para exprimir su disfrute. Dejar que el humo de las pistolas con las que a veces, desde esas páginas, nos disparan palabras, ideas y acentos, se disipe. Que las heridas que nos dejan cicatricen. Hay géneros, y sobre todo autores, que son sólo para valientes. Éste es uno.