Manuel Chaves Nogales fue un pionero del periodismo, en un momento en el que la verdad traía consecuencias directas sobre la propia vida. Representó como pocos ese oficio de estar, ver y contar que es el periodismo, y eso le llevo por toda Europa. Vio lo que otros no vieron. O no supieron. O lo que es peor, no quisieron ver. Y lo contó.
Murió joven, y doblemente exiliado. Repudiado por unos y por otros, a su obra la enterró la verdad de los hechos que narraba. La ecuanimidad. La incomodidad.
Ante la pregunta de por qué la figura de Chaves Nogales ha estado enterrada en nuestro país, uno de sus descubridores, Andrés Trapiello, responde con contundencia: «Chaves contó con crudeza la realidad de la Guerra Civil española, la primera víctima de la guerra es la verdad, y la primera víctima de la verdad es el que la cuenta». Y Chaves Nogales fue, ante todo, un defensor de la verdad, aunque su causa, como dice al final de su obra más famosa, no hubiera nadie en este país que la defendiera.
En sus obras, y especialmente en su prólogo de ‘A sangre y fuego’, encontraréis una ferviente defensa de la democracia y de la libertad. Y, sobre todo, la forma en la que se perdió, no sólo en España, sino también en Francia. Él lo supo ver cuando sucedía, pese a no contar con la distancia que proporciona el tiempo.
Sus páginas son una lección de periodismo que no deja a nadie indiferente, por eso tantos pusieron tanto empeño –y aquí volvemos a Trapiello– para quitar su obra de en medio y supultarla en el olvido.