Ha saltado del Cid a la II Guerra Mundial, este Reverte, para traernos historias de personajes que parecen siempre mejores que la época que les ha tocado habitar. Hombres y mujeres generalmente valientes, muchas veces implacables, que entienden la vida como una suerte de deporte de riesgo que no queda otra que practicar.
Por el camino de este salto temporal pasó por la Guerra Civil, ese cenagal histórico que trató de evitar hasta que no tuvo más remedio ante tanto pánfilo e interesado. Esa guerra, un acontecimiento en el que algunos se han quedado a vivir y otros solo atraviesan de puntillas. Reverte saltó de la trinchera para adentrarse en las entrañas de la guerra armado con un naranjero y con un chapín de la Legión como única coraza. Ahora vuelve al mar, allí donde Atlántico y Mediterráneo se confunden, ese lugar que es para él lo que para nosotros tierra firme: un asidero.
Con semejante bibliografía puede parecer que Reverte ha inventado numerosos personajes. Pero en realidad son copias, con las adulteraciones que el contexto histórico requiere, de los hombres y mujeres que conoció durante su época de reportero. Mujeres y hombres a veces amables, a ratos letales, que dejaron en él una impronta semejante a las cicatrices. Cada poco decide arrancarse las pústulas, quitarse los puntos para que de esas viejas heridas emanen líneas para una nueva novela. Difícil quedarse con sólo unas pocas, Reverte vino aquí a contar. Y, nosotros, a leer.