Tres ángeles caídos

En mitad de la plaza de Astorga la noche oscura en amable y bella se transforma. Las bajas farolas iluminan el desfile de árboles sin hojas. Circulan amparados por el brillo del Palacio de Gaudí y de la Catedral.

En el jardín del Palacio una dama sostiene la mano de un caballero arrodillado, apretándola contra su delicado pecho. El caballero se levanta y de besos va bordando el rostro y los hombros de su amada. Entonces observa un arbusto cercano, custodiado por tres esculturas de ángeles. Allí se oculta un viejo, de apergaminado rostro y tarado sentimiento, con una compañera que en la negrura pudiera parecer la mujer que no es. En realidad es una muñeca de madera. El viejo amarillento la abraza y la besa una y otra vez, acariciando afectuosamente sus cabellos.

El caballero interrumpe los mimos a su princesa. Se siente terriblemente ofendido. Se pregunta: “¿Cómo puede ser que imagen tan repugnante haya venido a este vergel para arruinar el lindo cuadro que aquí con mi señora había pintado?”

El caballero no comprende esas muestras de cariño hacia una marioneta y le resultan asquerosas. Nota su sensibilidad profundamente herida. Alza los ojos buscando reposo en el cielo, pero se topa con las miradas extrañamente maliciosas de los ángeles que tiene delante. Figuras de zinc pensadas por Gaudí para ser colocadas en el tejado de su Palacio y que acabaron abandonadas en el suelo.

Y piensa el noble caballero: “Tal vez los ángeles toleren estos actos repugnantes, mas yo no puedo consentir tal afrenta.” Va hacia el arbusto, agarra la cabeza de la muñeca, la arranca y la tira lejos. Después se va, y la princesa se recoge en sus aposentos.

El viejo queda solo y se quita la vida. Su sangre riega los tres pedestales de los ángeles. Y es que no todo era madera en la muñeca; sus ojos y su pelo eran de la difunta mujer del viejo. Como los ojos eran todo el Ser para el viejo, en la muñeca veía a su mujer y ese era su único sustento.

A la noche siguiente va el caballero a reunirse de nuevo en el jardín con su señora. La encuentra deambulando como un fantasma entre los ángeles. En la bandeja que sostiene el ángel de su izquierda están clavados los enormes ojos negros de la princesa, iluminados éstos por la Luna. Y el ángel central retiró de su rostro la cruz que sujeta y habló por primera vez en 4.530 millones de años. Dirigiéndose al caballero preguntó: “¿Se siente ofendida vuestra merced?”.


Fotografía: José María Cuellar en Flickr bajo licencia CC