El primer golpe

El primer golpe duele. Es el que más duele, el que recorre el cuerpo como un latigazo implacable y deja la mente en un estado de incredulidad extrema. 

El primer golpe duele. Pero Marta cerró los ojos e ignoró el dolor. Este fue su mayor error, perdonar el primer golpe. No habría vuelta atrás.

Marta abrió despacio la puerta de la casa. Por supuesto, se había quitado los tacones y los había guardado en el bolso; el hombre no permitía que usara tacones, no le gustaba, decía, que se engalanara para otros hombres. Hombres que, por otra parte, resultaba que no eran más que sus compañeros de trabajo, el contacto con cualquier otro resultaba impensable. Por supuesto, también se había cuidado mucho de eliminar todo rastro de maquillaje de su rostro; al hombre le disgustaría sumamente verla maquillada para alguien que no fuera él.

Cuando finalmente entró en la casa, supo que el hombre había estado fumando. El olor del tabaco pesaba en el ambiente haciéndolo dolorosamente  irrespirable. Marta caminó de puntillas, tratando de llegar a la habitación sin ser vista. Sus esperanzas se hicieron añicos cuando la sombra del hombre, como burlándose de ella, comenzó a entreverse en el pasillo.

Cuando el hombre hizo acto de presencia, Marta se cerró sobre sí misma. Obligó a todos sus sentidos a abstraerse de aquel lugar y de la presencia de aquel ser. Cerró sus oídos a las blasfemias e insultos, cerró los ojos a aquella mirada enfurecida y endemoniada, cerró su olfato al asfixiante olor a tabaco pero, sobre todo, cerró su tacto, su piel a las manos del hombre cuando este comenzó a golpearla.

Los golpes se sucedían rítmicamente, le martilleaban inmisericordemente el cuerpo, se mezclaban con palabras atronadoras… pero Marta no podía gritar. El hombre la había anulado, la había despojado de su identidad, le había robado su vida… y ella no podía gritar.

Cuando el hombre descubrió los tacones en el bolso, Marta ya había perdido la consciencia. El hombre, cegado por la furia ante la desobediencia de la mujer, cogió uno de los tacones y lo clavó en el cuerpo de Marta una y otra y otra vez.

La sangre, de un rojo profundo, comenzó a cubrir el parqué del pasillo, componiendo un tétrico, macabro, aterrador mosaico. El débil sonido de la respiración de Marta comenzó a apagarse poco a poco.

El primer golpe duele. Todo comienza con algo tan simple como una bofetada en medio del caldeado ambiente de una discusión. Unas cuantas, aparentemente afligidas, palabras de arrepentimiento habían convencido a Marta para cerrar los ojos y olvidar ese primer golpe.

El primer golpe duele. Pero Marta perdonó el primer golpe. Cerró los ojos, ignoró el dolor, se negó a aceptarlo… Marta se convirtió en la muerta número 12 por violencia machista de aquel año. El mayor error fue perdonar el primer golpe.


Foto: Verónica en Flickr