La última promoción del Pérez Galdós

Ayer tuvo lugar la graduación de la que será la última promoción de alumnos del instituto Pérez Galdós de Madrid. Cuarenta jóvenes que celebraron el fin de sus estudios de bachillerato y el comienzo de una nueva vida, más autónoma y adulta, menos guiada y juvenil.

Cuarenta jóvenes que, durante los últimos cuatro meses, han tenido un añadido extra al sufrimiento y estrés habitual del que probablemente sea el curso más intenso de sus vidas. Cuarenta jóvenes que, junto a sus otros doscientos compañeros de centro, han tenido que convivir con una decisión arbitraria, irresponsable e injusta, cocinada directamente desde el despacho del político de turno que ha acabado provocando muchos más nervios, tensiones y dolores de los lógicos al añadir unos cuantos condicionales a su indeciso futuro.

Los culpables de situación, cuyos nombres son de sobra conocidos, han impuesto el fin de un instituto llegando incluso a saltarse la legalidad que tanto dicen defender. No hubiera sido posible sin el apoyo de sus ayudantes con máscaras, socios de gobierno y cooperadores necesarios que olvidan que las máscaras no borran los rostros y los votantes tienen memoria.

La promoción 2016-2017 no ha podido disfrutar del tradicional piscolabis posterior a su graduación, motivado por la negativa de la directora del centro a celebrarlo y que tampoco asistió a la despedida de sus alumnos. Ellos, sin embargo, han cantado, tocado, bailado, recitado y puesto la máxima ilusión y el máximo interés en tener una graduación a la altura del sobresfuerzo que llevan realizando todo este curso.

En el día de ayer se celebró la última graduación de un instituto que no va a poder celebrar su treinta aniversario. De un instituto que dejará de sentir las miradas inocentes, las preguntas inoportunas, los partidos de fútbol y baloncesto, el olor a bocadillo y café a las once, las clases insufribles a última hora, los fantasmas por sus lúgubres pasillos, las sonrisas, los besos a destrangis, el bullicio en cada recreo, la diversidad y convivencia, y sobre todo, la ilusión de crecer y llegar a ser alguien.

La nostalgia fue el sentimiento predominante para aquellos que siempre serán parte del centro. El treinta de junio, las chirriantes puertas de entrada al instituto dirán adiós a las treinta generaciones de personas que han crecido entre sus muros. El treinta de junio, este barrio dirá, en silencio, adiós a una pequeña parte de su identidad.