Inmortal

Cuando viajo con mis padres aprovecho para hacer tres cosas que poco hago en mis otros viajes: comer, dormir y pensar.

Y ayer, después de una comida genial y doce horas de sueño, me bajé con mi madre a la única piscina de un pueblo encantador, también bonita. Me tumbé en una hamaca huída del sol y me puse a pensar. Miraba a la gente que me rodeaba  y pensaba en no ser como ellos: yo quería ser inmortal. No de los que nunca mueren, sino de los que siempre se recuerdan. Pensé en políticos, futbolistas, cantantes, actrices, y me iba enfadando, porque no sabía qué hacer para igualarlos. Y de repente, cuando más picado estaba, el panorama estalló en la piscina.

De la pastosa calma de un hombre haciéndole fotos artísticas a una San Miguel, a una guerra dentro del agua. Una niña de 3 años lanzó sus juguetes a un hombre calvo que resultó no ser su padre, y otros niños se bañaban salpicando a todos. Me tuve que reír. Y volví a pensar, como el que piensa feliz después de encontrar la solución, solo de mirar.

Tener hijos y ser escritor. No hay nada más inmortal.

Aunque ahora lo pienso y lo inmortal no asegura triunfar. Y lo que más recuerdas, siempre es lo fugaz.