El mar, la playa, los barcos

Sergey Ponomarev, The New York Times

He llegado a odiar las playas. En el cajón de los recuerdos la playa de mi niñez está asociada a los bonitos atardeceres sobre la ría, a la fría agua del Atlántico, a juegos y diversiones sin fin… Veranos enteros zambulléndome en las aguas de las costas gallegas, sin más preocupaciones que reír, reír y volver a reír. Y, sin embargo, he llegado a odiar las playas. Y el mar. Y los barcos.

Las imágenes difundidas por las televisiones mostrando la llegada masiva de refugiados sirios, afganos, iraquíes, subsaharianos… a las costas europeas me ha calado el alma. El mar, hasta entonces lugar de paz, tranquilidad y diversión, me ha mostado otra cara, completamente atroz y desconocida. ¿Cuántas voces se han apagado en el Mediterráneo? ¿Cuántas almas ha engullido el mar?

Los medios de comunicación cubrieron intensamente la crisis de los refugiados entre 2015 y 2016. En la actualidad, las noticias que tratan este tema han disminuido, pero ello no significa que los refugiados ya no lleguen o sus problemas se hayan evaporado o solucionado. ¿Y Europa? ¿Qué hace Europa? El viejo continente enarbola la bandera de la libertad, de los derechos humanos, pero… La Unión Europea no quiere aceptar a los migrantes. No quiere. Podría, pero no quiere. Querer. Poder. Son verbos tan distintos.

La legislación internacional determina que los refugiados pueden acceder a Europa y solicitar asilo. Pero, la UE ha puesto en marcha toda una maquinaría para blindar sus fronteras. Que mejor ejemplo que el acuerdo con Turquía para que sea esta quien se encargue de los migrantes. ¿Cuál es la verdadera UE? ¿La que clama ser defensora de los derechos humanos? ¿La que pacta un acuerdo vergonzoso con Turquía?

En 2015 una fotografía dio la vuelta al mundo. Un niño sirio de origen kurdo de tres años apareció ahogado en una playa de Turquía. Su camiseta roja resaltaba frente al color parduzco de la arena y el azul del mar. La vida había abandonado aquel pequeño cuerpo. La fotógrafa turca Nilüfer Demir captó el momento en que un guardia turco recogía el cuerpo del niño. La fotografía removió conciencias: los telediarios abrían con la crisis migratoria, los periódicos recogían en portada el drama de los refugiados… Y, tres años después ¿qué ha cambiado?

La crisis no ha acabado. La imagen de Aylan Kurdi, que así era como se llamaba el niño, sacudió al grueso de la población europea pero, a efectos prácticos, pocas cosas han cambiado. Europa no ha cumplido. En España, en marzo de este año, diversos grupos acusaron al antiguo Gobierno de Mariano Rajoy de “solo acoger al 11 % de refugiados” del cupo pactado con la Unión Europea, que era de 17.337 refugiados.

La llegada del buque Aquarius a Valencia en junio de este año con 630 personas rescatadas es motivo de esperanza. Europa es solidaria (a veces). España acoge (a veces). El mar tiene un hambre voraz. Las playas son muchas veces testigo de ello. La foto de Aylan no ha de archivarse en un viejo cajón. La crisis migratoria no ha acabado y Europa no puede cerrar los ojos. Quiero recuperar el mar de mi niñez, quiero acabar con la imagen de un mar que es sinónimo de cementerio. Europa, actúa.