Por Ignacio Asenjo, Director del IES Gregorio Marañón. 

Se dice que uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde. En nuestra sociedad del bienestar, la comodidad con la que se accedía a la educación había propiciado un paulatino olvido del deber que acompaña al derecho, es decir, la obligación que tiene todo alumno de aprovechar las enseñanzas que recibe, en función de sus posibilidades.

El coronavirus ha obligado a cerrar los centros escolares y a confinar a la población en sus casas. Los alumnos han dejado de asistir diariamente a las aulas. Las enseñanzas a distancia, apoyadas en la red, han pasado a ser la única forma de continuar de manera regular los estudios y se ha hecho imprescindible disponer de al menos un dispositivo electrónico y una conexión a Internet que no están al alcance de todas las familias (cuestión que en sí misma merecería otro artículo). Pero aún disponiendo de los medios técnicos, éstos resultan baldíos si el alumno no  quiere estudiar.

En estas semanas resulta sorprendente el cambio producido en la predisposición de los menores hacia el aprendizaje. Hoy he visto a mis alumnos de 1º de ESO con 12 o 13 años de edad plenamente conscientes de sus obligaciones, preocupados de verdad por su formación. Sin necesidad de que se les repita hasta la extenuación, han aprendido ya a organizar su tiempo y se esfuerzan en dar lo mejor de sí mismos.

Muchas veces he oído culpabilizar a los más jóvenes cuando se pronostica la llegada de una sociedad peor a la actual, cuando en realidad somos los adultos quienes los hemos emborrachado con ídolos colmados de un hedonismo fatuo y avivado en ellos el deseo de alcanzar un tipo de vida insolvente, inconsciente e insolente. Ahora, por vez primera, estos alumnos están viendo modelos sociales diferentes, que tienen como base trabajadores plenos que no desertan de sus obligaciones profesionales.

Les habíamos presentado a nuestros menores un mundo falso de sobreprotección, cuando en realidad somos extremadamente vulnerables y estamos en peligro no solo como individuos físicos, sino como sociedad de consumo y bienestar. Los profesores tendemos a ser optimistas y a extraer lecciones de cualquier situación, incluso de las más adversas. Esta es la última: la enfermedad del coronavirus ya ha sanado a unos cuantos alumnos.