El no tan joven idealista

Ignatius Reilly, el delirante protagonista de la novela “La conjura de los necios” (J.K. Toole, 1980), en una constante cruzada contra la sociedad que le ha tocado vivir, señalaba en uno de sus escritos que “al desmoronarse el sistema medieval, se impusieron los dioses del caos, la demencia y el mal gusto”. Añadía además que tras “el orden, tranquilidad, unidad y unicidad con su Dios verdadero y su Trinidad, aparecieron vientos de cambio que presagiaban malos tiempos”.

En esta cruzada (solitaria) de querer “reconducir” la “decadencia moral” de occidente, tomando el testigo del quijotesco personaje citado, parece que se ha embarcado el Sr. Javier Ramírez, concejal presidente de la Junta Municipal de Distrito de Fuencarral-El Pardo. Y lo ha hecho, no en un contexto, no de demencia psicótica que muchos podían atribuirle dada las actuaciones que está desarrollando en los dos distritos madrileños que le ha tocado presidir (también el de Chamberí), sino por su coherencia, decisión e ímpetu en defender unas ideas sumamente trasnochadas, fuera de lugar, muchas veces alejadas de la línea de actuación de su propio partido y, por supuesto, totalmente ajenas de aquellas respuestas que la ciudadanía demanda de sus gobernantes cuando éstos ocupan puestos de responsabilidad.

La última ha sido su “personal” propuesta de dar nuevo nombre a la hasta ahora plaza de “Pradera del Saceral”, punto de confluencia de los barrios de Arroyo del Fresno, Mirasierra y Montecarmelo, llamándola plaza “Torcuato Fernández-Miranda”, en referencia al político franquista español, Ministro Secretario General del Movimiento (1969-1974), presidente de gobierno “interino” unos pocos días de diciembre de 1973, tras el asesinato de Almirante Carrero Blanco, y posteriormente presidente de las Cortes Franquistas entre 1975 y 1977.

Sin entrar en la figura histórica y política de Fernández-Miranda (muy discutible, pero que eso lo hagan los historiadores), creemos que esta iniciativa supone enredarse y generar un problema donde no lo había y, por supuesto, cuando nadie se lo había pedido. La “pradera del Saceral”, al igual que su histórica fuente, pasaje o depósito de Metro, como bien nos ha recordado recientemente la Asociación Vecinal Arroyo del Fresno, da nombre no solo a diferentes elementos urbanísticos de la zona (por cierto, contextualizados dentro de una iniciativa del propio Partido Popular en 1998, a través de D. Pedro Ruiz de León, vocal de urbanismo del distrito, que gozó de un total consenso), sino que supone una armonía y respeto a la convivencia, una homogeneidad toponímica que recoge el sentir de los orígenes y la historia del antiguo pueblo de Fuencarral, y que el sr. Ramírez entra a discutir y modificar, y trastocando aquellos símbolos que representan la riqueza de nuestro patrimonio y que forman parte de nuestra cultura como ciudadanos, no solo madrileños, sino como españoles. Sólo recordar que el Camino de Santiago tiene parte de su recorrido en esta parte del distrito, al que se une la oportuna nominación de sus calles con nombres de Monasterios y Colegiatas realizada por Ruíz de León.

Pero también, el sr. Ramírez, dentro de esa cruzada personal, ha llevado a cabo una segunda actuación (realmente fue la primera), con el ataque a nuestro patrimonio cultural que ha realizado con la retirada y posterior destrozo de la placa ubicada en la Plaza de Chamberí que, desde 1981, en pleno contexto de Transición (y consenso), homenajeaba al socialista, presidente del Gobierno durante la II República, Francisco Largo Caballero. Decir que esta acción le ha costado una querella ante los tribunales, situación que se suma a la reprobación que sufrió en el Ayuntamiento hace ya unos meses.

Su cruzada se dirige a todos y a todos, en una especie de aura revanchista contra la anterior corporación (y la Historia más reciente), destrozando consensos y acuerdos, intentando arrasar y eliminar cualquier rastro de “progresía” y movimientos “bolivarianos”, que no hace más que dejar en evidencia, el desconocimiento, no de nuestra propia Historia, sino de las lecciones que ésta nos ha enseñado. Borrar un pasado para dejar sólo la “interpretación subjetiva” de otro al que se está sometido no hace sino acentuar la necedad de quien lo defiende. El respeto, la unidad, el consenso que tanto traslada a la galería nuestro alcalde Martínez Almeida, tiene aquí su “caballero loco” que actúa por libre, por supuesto, con el consentimiento del titular de la corporación municipal.

El Sr. Ramírez crea problemas allí donde decide tomar decisiones (o no tomarlas). Yo mismo viví la incongruencia de ver prohibida una recogida de alimentos en mi barrio, en la calle, frente a dos supermercados, “por hacer un uso privativo del espacio público”, como me dijo o, como más tarde defendió él mismo en el pleno del Ayuntamiento de Madrid, por intentar frenar una recogida de alimentos en un Montecarmelo “que no podía ser una Venezuela”.

La válvula gástrica que siempre se le cierra a Ignatius Reilly cuando “algo no va bien”, cuando “se enerva”, cuando “no quiere escuchar lo que se le dice” debe tener un símil en el organismo del Sr. Ramírez, ese no tan joven idealista, cuando ve una urna de votación, un turno de palabra, un consenso histórico o un ciudadano levantando la mano para emitir su parecer.

Una conjura, todo.


Fernando Mardones Morales, es vecino de Fuencarral-El Pardo y responsable de @paumontecarmelo