Enfadarse es una pérdida de tiempo muy aburrida. No como mirar al techo, jugar al hockey con bolígrafos, colgar estuches enemigos en ventanas o ligar con chicas mayores.
Nos enojamos a menudo y en pluralidad: con amigos, vecinos, palomas, postes e incluso con nosotros mismos. La duración de los enfados oscila entre los cinco minutos y la eternidad, ya que algunas personas deciden vivir irritadas, como Mourinho o Hermann Tertsch. Unos estúpidos, otros razonados, causan tal bloqueo emocional que solo podrán curarse perdiendo aún más tiempo: o goleando al Fifa, experiencia reconfortante, o escuchando música conciliadora.
Después toca planear el arreglo, con la sutileza del que prepara una guerra, y posteriormente el abrazo, no muy fuerte en el caso de haberte enfadado con una paloma. Así, derrochamos el tiempo, innegociable. Un sabio amigo, que ofrece dinero por los trabajos de clase, nos comenta en tono célebre: ¨el dinero se recupera, el tiempo no…¨
Los españoles sufrimos un enfado masivo y argumentado con la clase política. No queremos reconciliaciones, ni romanticismo, miramos con rabia y desconfiamos. En diciembre hemos quedado en las urnas y será la última oportunidad para perdonar. Aparquemos el orgullo y salgamos a votar, es la única manera de chillar. Porque este tiempo no lo podemos perder.
Javier Rodríguez es redactor del diario Fuencarral-El Pardo.com y estudiante de Periodismo e Historia en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.
Fotografía: Zergatikez en Flickr