El Madrid caminaba firme, sin correr, flirteaba con medallas de imbatibilidad y no perdía. Ganaba con eficiencia, seguro, aprovechó a Lucas Vázquez, Nacho, Jesé y encumbró a Casemiro. Hasta que perdió y todo se vino abajo. La magia del Madrid era Keylor, al que salpicaron de barro y conservó su peinado impoluto. Ronaldo, héroe del pragmatismo, no marca y por ende, tampoco reluce. El brillo lo guarda Benzema, que atraviesa episodios de tristeza, el momento más peligroso de un genio. Modric se ha vuelto perezoso, como si sus compañeros de ataque no le pareciesen lo suficientemente atractivos para echarles la pelota. Kroos emite en cada trote un chillido de compasión y otro de clemencia, además de sufrir un grave problema: su cuerpo cada vez es más delicado que sus pases.
Y llega el Barça. Y llega Messi. Fly Emirates frente a Qatar Airways. Luis Enrique medita empezar con el argentino en el banquillo para evitar una posible recaída, y porque jugar noventa minutos con Messi sería un acto de tiranía. Además Iniesta ha recuperado su dulzor, Suárez golea con voracidad y Neymar se asienta como líder. Por si fuera poco, cuentan con un inspirado Sergi Roberto, cuya irrupción ha sido noticia más impactante aún que el nombramiento de Carmen Lomana por las listas de VOX.
Es decir, el Madrid cuenta con todo a su favor para salir airoso del embrollo. Los blancos no fueron diseñados para bordar el fútbol ni para abrazar la normalidad, sino para sobresalir en situaciones extremas, voltear las desventajas, besar la dificultad.