Benítez lagrimeó en su vuelta a casa. Florentino, el Gatsby de las acogidas, le preparó una presentación navideña y juntos rellenaron su carta de deseos. Escribieron trabajo y sacrificio, pero olvidaron el papel.
El Madrid, ya en Adviento, vive una historia atroz, rebuscada en las almohadas de Piqué y Dani Alves. Mientras Casillas se exiliaba en Porto, para disgusto de su madre, De Gea se atravesó en una operación maligna, en la que vencieron los rezos de Keylor. Ahora las lesiones arrasan la plantilla, con las heridas de Ramos, Carvajal, Marcelo y Varane, además de los destrozos que causaron las piernas de Bale, James y Benzema.
Las lágrimas de Benítez fueron premonitorias. Sus ojos vieron estallar la incoherencia de Florentino y no pudo contenerse, deslizando gotas falsamente emocionadas. Pérez es ingeniero de caminos y exmilitante de UCD, pero su profesión se corresponde con la de empresario. Su hobby es presidir al Real Madrid, y lo hace como cualquier merengón con billetes verdes. Ficha a las estrellas del momento al precio más alto, sin atender a ninguna idea de grupo; su modelo deportivo no existe. Contrata entrenadores que no presentan una idea de juego marcada y así confluyen con la situación institucional del club. Los técnicos tienen que cuadrar plantillas descompensadas y cuidar de tanto nombre propio, no controlan la política de traspasos y se exponen a las miradas más dañinas.
Mourinho fue el único que logró entrenar al Madrid e imponerse a Florentino, a base de ego y malos modales. Ancelotti, bonachón, acabó despedido. Así, el fútbol del Madrid no es ni de Modric ni de Ronaldo, sino de Florentino. Combina una mayoría de jugadores dispuestos al toque, que mecen el balón, con sus dos hombres más decisivos: Bale y Ronaldo, imparables al contragolpe, en los momentos de vértigo. Cohabitan dos estilos en el mismo vestuario, que se estorban y rara vez se complementan.
El Madrid practica un fútbol inclasificable, imprevisible, descoordinado e incoherente. No tiene método porque la directiva planifica sin orden ni pautas y cree firmemente que los mejores siempre ganarán. Se equivoca, ganan los mejores y más organizados, sobre una idea. El club más laureado de la historia necesita agarrarse a un pensamiento, a unos valores y a una identidad, como hizo el Barça en un pasado, e incluso el Rayo en la actualidad. El Madrid tiene la obligación de ser reconocible. Benítez no es el culpable de la tormenta, pero tampoco lo será del cambio.
Fotografía: realmadrid.com