Te proponemos un paseo por uno de los Reales Sitios más desconocidos y misteriosos del país: la Quinta del Duque del Arco, en el Monte de El Pardo.
Fuimos a visitarlo un domingo gris en coche blanco. Yo no lo conocía y él se lamentaba. «Pues solo está a diez minutos de tu casa…», me recriminó. Seguro que le miré con ojos de excusa. «Ni Dios conoce ese lugar», pensé.
Así llegamos al Palacio de la Quinta del Pardo, sorteando nubes y sin tráfico. Atravesamos carreteras ciclistas y frenamos en un aparcamiento con vistas. El Palacio, integrado en pleno monte, era una reconocible casa de campo aristócrata. De próceres de peluca blanca, que quisieron retirar sus pies a las afueras de Madrid, allá por el siglo XVIII. Alonso Manrique de Lara y Silva, uno de ellos, compró la finca de Valrodrigo y la transformó en quinta, en la del Pardo, precisamente. Pasó de ser un espacio de labor a un lugar de recreo, pero aún sin mesas de ping-pong incorporadas, para lástima de Alonso y su mujer.
Consiguió esta residencia con la ayuda de Felipe V, primer Borbón en la Historia de España y primer nombre en la lista de amigos de Alonso. Felipe de Anjou le nombró Duque de Arco (de la Villa de Arquillos, territorio de Cáceres) y Alcaide del Pardo, tras haber combatido por él en la Guerra de Sucesión y vencer a las tropas de Carlos de Habsburgo, que prefirió Alemania antes que España, como Xabi Alonso. El Duque de Arco también reunió otros méritos como el de salvar a Felipe de un fiero jabalí en día de cacería o impedir los daños de Isabel de Farnesio (esposa de Felipe V) después de caerse desde su caballo.
Alonso Manrique murió en 1745 y la Quinta del Pardo cayó en manos del rey de España. No sabemos si Felipe V transitó los pasillos de este palacio con frecuencia, pero sí que sufrirían sus golpes de locura. La historiadora francesa Janine Fayard escribió que Felipe V fue apodado «el animoso» por su notable apatía y subraya en sus textos el dominio que los demás ejercían sobre él (a partir de 1724 su mujer tomaba las decisiones reales). Pedro Voltes señaló que el monarca vivió episodios surrealistas tras la muerte de su hijo Luis, en los que se mordía, canturreaba y caminaba desnudo por palacio, por miedo a que le envenenasen la ropa.
Más tarde, Manuel Azaña ocupó la Quinta. Y en una mañana, o tarde, con la mirada en el Monte del Pardo, se enteró de que un tal Francisco Franco quería detonar la Historia de España con un Golpe de Estado. Durante la cruenta Guerra Civil sirvió de base para la Quinta División del ejército de la República, lo que supuso bombardeos, que fueron reparados en la posguerra.
Cuando finalizó la Historia, llegamos a los jardines. Él decía que eran bellos, pero mi mirada chocó con un árbol (secuoya roja, la especie arbórea más inmensa del planeta) que ignoraba todo aquello que no fuese colosal.
Mis ojos se olvidaron de las fuentes, los estanques y de la repensada colocación de las plantas. Solo miré su tronco, robusto, sabio y certero, que fijaba sus raíces en la memoria.
Al superar la impresión de la secuoya, contemplé los jardines, protagonistas de una imagen excelente, en la que compartían escenario con el Palacio y la vista de Madrid.
Durante la visita contamos no más de diez personas y un colegio escondido, que presume de tener el patio más exclusivo de toda la Comunidad. El Duque de Arco, Felipe V, Azaña y la secuoya esperan, a diez minutos del centro de Madrid.
Redacción: Javier Rodríguez. Fotografías: Víctor de Elena.