¿Abstención? No, gracias

La repetición de elecciones es una situación imprevista y agotadora para todos. Además nos invade el pesimismo. Según la última encuesta del CIS (mayo 2016) el 74,4% de los encuestados creía que la situación económica era mala o muy mala. ¿Y la situación política?  Aún peor: el 80,7% la considera mala o muy mala.

Además, mucha gente cree que su voto no vale para nada. No pueden cambiar nada. Y deciden no votar, en vez de buscar cómo pueden hacer algo para mejorar las cosas.

Bueno sí, pero la abstención no es nada nuevo. En el gráfico siguiente se ve su evolución en las elecciones generales al Congreso desde junio de 1993. Esas fueron las últimas elecciones que ganó Felipe González.

La población subió fuertemente entre los años 2000 al 2011. Pero como gran parte era debido a la inmigración, el censo se ha mantenido casi constante. El número de votos recibidos por las distintas candidaturas y la abstención, aunque con altibajos, también se han mantenido. La evolución de votos nulos y en blanco, que en el primer gráfico se superponen prácticamente con el eje horizontal, se representan en el gráfico inferior, con una escala mucho mayor, para que se puedan apreciar sus variaciones.

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Normalmente estamos más acostumbrada a oír hablar de abstención en porcentajes. Por ello en el gráfico siguiente se representa la abstención, los votos nulos, en blanco y los votos totales a las candidaturas como porcentajes del censo en cada una de las elecciones.

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En el mes de diciembre pasado, a pesar de la importancia que tenía la aparición de dos nuevos partidos, la abstención fue el 26,8 %, algo inferior a la de las anteriores elecciones, pero no de las más bajas de la serie. En el primer gráfico se ve que de los 36.511.848 de españoles que estaban llamados a las urnas, resultó que 11.488.667 no fueron, o votaron en blanco o nulo. Luego uno de cada tres ciudadanos, por los motivos que fueran, no votó a ninguna candidatura concreta o rechazó el sistema en su conjunto.

Ahora, el próximo domingo habrá unas elecciones de singular importancia. Ya que podrían suponer no solo el cambio del partido gobernante, sino el principio del fin del sistema democrático de la Transición. Por ello los analistas políticos y expertos en demoscopia dan gran importancia a la abstención en sus previsiones. Hace unas semanas se decía que subiría significativamente debido al cansancio y al efecto repetición. Ahora, algunos ya dicen que bajará, porque los electores perciben que estas elecciones pueden tener un carácter decisivo.

En la encuesta del CIS ya citada, el 82,2 % de los entrevistados dice que votará seguro o muy probablemente. En el otro lado los que seguro, o muy probablemente, no lo harán son el 13,3%. En efecto dicen esto, sí. Pero no todo es verdad. Los españoles sienten apuro para decir que no votan. Como prueba de ello es que en la misma encuesta se les preguntaba si votó o no en las generales de 2015, y solo el 13,7% dice que no votó. Pero la verdad, como antes se ha dicho, es que no votó el 26,8% de los españoles. Así que hay un 13,1 % que no quiere reconocer que, por las razones que fuesen, realmente no fue a votar.

Los españoles que vivimos la Transición queríamos votar. En estos cuarenta años, en general, no se entendía la democracia sin participación ciudadana. Incluso por encima de otras características fundamentales como son la separación de poderes, el equilibrio entre estos, el Estado de derecho, la relación entre el elector y su representante, el respeto a las minorías, la libertad de expresión, etc.

Pero también hay españoles que defienden la abstención como resultado de posturas intelectuales. Así Antonio García Trevijano afirma que “no se va a elegir a los representantes del pueblo o de la sociedad, sino a refrendar unas listas de partido cuyos componentes han sido colocados en ellas por los jefes de los mismos, no por los votantes”.

Tengo buenos amigos próximos a estas posiciones. Uno me decía: Con mi voto no seré cómplice de la corrupción. Otro hace una crítica intelectual al proceso de La Transición y, en especial, a nuestro deficiente sistema electoral [1], fruto de un decreto para unas elecciones apresuradas. Pero, que a lo largo de tantos años nadie ha cambiado.

Por otra parte, muchos ciudadanos cuando depositan su papeleta en la urna piensan que su acción es intranscendente en términos globales. Pero votan, porque creen que deben hacerlo. Es para ellos un deber cívico y democrático.

También la abstención puede ser resultado de que las candidaturas y programas son poco atractivos. Desde hace tiempo en España es frecuente votar contra alguien. Aún se recuerda el “Váyase Sr. Gonzalez”. Luego Rajoy, tras varias derrotas, ganó con mayoría absoluta en 2011 con el argumento de que había que cerrar las puertas de La Moncloa al sucesor político de Zapatero, responsable del desastre económico. Ahora, Pedro Sanchez, Pablo Iglesias y, también en buena parte, Albert Rivera dicen que hay que quitar a Rajoy a cualquier precio.

Otro número significativo de españoles puede llegar a abstenerse porque consideran que su vida no depende de  quien gobierne. También suele haber algo de apatía, lo que es inevitable en “sociedades opulentas” como las actuales. La gente piensa que en las elecciones se juega el futuro de Rajoy o de Pablo Iglesias, pero ojo, que la verdad es que es su vida futura y la de sus hijos la que está en juego.

Por último hay que recordar que la abstención política es mayor en unos colectivos que en otros. No es homogénea. En mi opinión los electores de mayor edad son menos abstencionistas que los jóvenes. En esta ocasión parece claro que los extremistas están más movilizados que los moderados. Tanto el Partido Popular como el PSOE tienen unos cuantos cientos de miles de votos aparcados en la abstención. Los motivos son diversos y diferentes en cada caso, pero, generalmente, relacionados con lo que puede ser considerado el abandono de las ideas propias, que en un momento defendieron estos partidos, y que ahora, en opinión de estos antiguos votantes, han traicionado.

Sebastiano Foscarini, embajador de Venecia en Madrid desde 1862 a 1886, afirmaba que los españoles teníamos capacidad y medios para restaurar nuestro país, pero que no lo salvaríamos por falta de voluntad para hacerlo. Pues bueno yo animo a todos a votar. A superar los motivos que, en su caso, puedan tener para abstenerse. Quien no vota no participa. No tendrá luego derecho a quejarse. Primero votar y apoyar el que se haga un cambio a mejor. Después contribuir a ello con nuestra actividad diaria. Entre todos podríamos hacer que no sea cierta la afirmación de Foscarini.

Por tanto concluyo aprovechándome de un viejo eslogan: ¿Abstención? No gracias.


Fotografía: Daniel Lobo en Flickr bajo licencia Creative Commons.