“¡Esto falla más que una escopeta de feria!” Esta frase se la oí con frecuencia a mi padre cuando algún “invento” no funcionaba bien y le hacía perder su paciencia, que no era mucha. Yo entendía perfectamente el significado, porque él me había acompañado muchas veces a disparar con aquellas carabinas de aire comprimido que se usaban en las casetas que instalaban los feriantes en las fiestas y cuya mira había sido torcida intencionadamente, disminuyendo así las posibilidades de ganar cualquier premio.
Han pasado muchos años y ahora vuelvo a recordarla. Es debido a que mi interés por la cosa pública me hace seguir, una y otra vez, las encuestas preelectorales. Estas son un caso inusual en sociología. Tras realizar las previsiones, existe la posibilidad de contrastarlas con la realidad y esto pone en evidencia, una y otra vez, las grandes discrepancias existentes. A pesar de saber esto, muchos seguimos leyéndolas porque son lo único que tenemos para prever, al menos, por donde van las tendencias.
Sin embargo en estas últimas elecciones los errores han sido clamorosos. A lo largo de las dos o tres semanas anteriores al 26-J se publicaron numerosas encuestas. En la tabla siguiente resumo los resultados de algunas de ellas.
Está muy claro que en las encuestas preelectorales se ha producido, con carácter general, una importante sobreestimación del voto que recibiría Unidos Podemos, hasta cinco o seis puntos porcentuales por encima de su resultado real. Esto le habría colocado por delante del PSOE, como líder de la izquierda y con posibilidad de decidir el nuevo Gobierno de España. También el voto de Ciudadanos estaba sobreestimado en dos o tres puntos, pero este error producía resultados menos destacados. El voto del PSOE se estimaba aproximadamente dos puntos por debajo de la realidad. Por último, presentaban un PP excesivamente debilitado y sus votos se estimaron en torno a tres puntos por debajo del resultado final
Por tanto, a pesar de las modernas técnicas de encuesta y de la formación metodológica de los sociólogos españoles, los sondeos electorales acertaron bastante poco. Pero el despiste total fue con las encuestas realizadas a pie de urna. Fueron difundidas por las televisiones a partir de las ocho de la tarde, tras el cierre de los colegios, y seguidas con atención hasta que se empezó a disponer de datos de escrutinio de voto real. Los resultados de estas encuestas llamadas “israelitas” se ven en la tabla siguiente:
Pablo Manuel Iglesias fue presidente del Gobierno de España durante dos horas, luego, junto a muchos seguidores de Unidos Podemos, ha caído en algo así como una depresión debido a que la realidad se distanció mucho de estas expectativas.
No soy un experto en demoscopia. Por ello, buscando una explicación a este fenómeno, he tratado de leer, durante los últimos días, cuanto he podido al respecto y a continuación les resumo mis conclusiones.
Las fuentes de error son numerosas. La primera son los errores en el muestreo. Se eligen muestras no muy representativas del total de los españoles. Además, por razones económicas, las muestras suelen ser excesivamente pequeñas. La segunda es la falta de habilidad suficiente para formular correctamente las preguntas adecuadas. La tercera las técnicas aplicadas para recalcular e interpretar los datos.
Hay muchas mentiras. A veces mienten los encuestadores y con mucha frecuencia lo hacen los entrevistados. Además, alrededor de un 34% de estos no contesta. Por tanto los fallos estadísticos del resultado son inevitables. Pero las empresas se atreven a dar resultados con decimales. Se les pide demasiado: calcular los votos y calcular los escaños por provincia. Esto equivale a hacer 52 elecciones simultáneas y por tanto 52 estudios complementarios, pero diferentes. Los errores se incrementan al reducir el tamaño de la muestra para cada provincia. Para superarlo se publica una horquilla de escaños. Aun así es un ejercicio de enorme creatividad ¡Ahí queda eso! Es simplemente imposible.
Los expertos en demoscopia dicen que en estas encuestas hay mucho “ruido”. Entonces, para filtrarlo, recurren a la “imaginación”. Se hace mucha “cocina” para interpretar los altos porcentajes de “no sabe, no contesta”. Se trata de auténtica “artesanía”.
Para rellenar el hueco de los que rehúsan contestar, cada empresa dice que aplica un “algoritmo” que ha desarrollado en base a su experiencia durante todos estos años y que mantienen en secreto. Pero a todos les falla. Y nadie lo publica. Sencillamente porque me temo que no existe. En el caso del CIS, que al ser un organismo público no tiene justificación para negarse a explicar el sistema, la explicación que publica es un trabalenguas ininteligible. Así que posiblemente se haga a “ojo de buen cubero”. Esto es, aplicando la experiencia profesional y el buen juicio de los profesionales que se han dedicado a esto durante muchos años, sin que realmente sea un sistema formalizado.
Todos estos cálculos se complican debido a lo que se puede llamar la abstención diferencial. Esto es, la abstención no se reparte homogéneamente entre los distintos partidos, ni tampoco el porcentaje de entrevistados que rehúsan contestar. Aunque hay un porcentaje estable de abstencionistas desencantados, este aumenta, o disminuye, en cada convocatoria electoral con los coyunturalmente desencantados con cada partido. Y los porcentajes relativos varían cada vez dependiendo de las circunstancias.
Todas estas incertidumbres hacen que a las empresas les preocupe que sus predicciones no coincidan con las de los otros. La inseguridad en sus resultados hace que para minimizar el error se alineen con las demás. Así todos se equivocan en el mismo sentido. El resultado es que las encuestas se equivocan y normalmente todas en la misma dirección. Esto sucede muy frecuentemente. Incluso tiene un nombre “Isomorfismo mimético”.
Por otra parte, y no es baladí, las encuestas las paga alguien. Normalmente un medio de comunicación. Por lo que a la empresa le puede influir el deseo de agradar al cliente. Este basará sus artículos y editoriales durante varios días en la encuesta, apoyando la interpretación de los resultados más favorable a su línea ideológica. Luego, cuando viene la realidad a estropear las encuestas, se dedican a comentar los resultados reales y las predicciones ya carecen de interés. Al hecho de que la encuesta que más se acercó al voto real del PP fuera la de NC-REPORT para La Razón, algunos le podrían buscar una explicación en esta línea.
También puede haber intereses de algún grupo en manipular las encuestas para que no sean predictivas sino más bien proactivas. Se hacen pretendiendo que influyan en una dirección concreta sobre el próximo voto del electorado. En esta ocasión algunos dicen que ha habido interés en crear una situación irreal que, exagerando el apoyo de los votantes a Unidos Podemos, ha movido el llamado “voto del miedo”. (Tal vez habría que llamarle de la “prudencia consciente”). Esto podría haberse hecho en algunas encuestas y luego el resultado se traslada a las demás por el fenómeno ya comentado del isomorfismo mimético y, finalmente, llega a los medios, comentaristas y tertulianos produciendo un clima que influye o modifica, en alguna medida, el contexto político-social, con los efectos de segunda vuelta que este tiene también en los votantes y que comentaremos más adelante.
Pero como no es fácil reconocer nuestras propias limitaciones y nuestros errores, las empresas, frecuentemente, se justifican hablando del “voto oculto”. Lo que traducido a “roman paladino” significa que las empresas no se equivocan. Dicen que lo que pasa es que la gente es mentirosa y no dice lo que va a votar. También es frecuente recurrir, como justificación, a que algún acontecimiento de última hora ha influido decisivamente en el resultado. En esta ocasión habría sido el Brexit o las grabaciones al ministro de Interior. Ambos han sido acontecimientos de última hora, una vez que ya no era legal publicar encuestas. Pero personalmente dudo de que un fenómeno como el Brexit, cuyas consecuencias son aun difícilmente predecibles, y que tardarán en producirse, haya influido mucho en el ciudadano medio.
Tratando de ser equilibrados en la crítica hay que señalar que, en esta ocasión, la Asociación Nacional de Empresas de Investigación de Mercados y Opinión Pública (Aneimo) ha publicado una nota condenando la mala praxis que supone publicar una proyección de escaños con muestras insuficientes. También señala que el objetivo no debería ir más allá de analizar o determinar el clima político y las tendencias o expectativas de voto.
Además, todo el proceso se ve contaminado por la importante influencia que sobre todos los agentes intervinientes (expertos en demoscopia, encuestadores, votantes, periodistas y comunicadores) tiene el contexto social y político. Es un hecho sociológico comprobado que, en general, la gente se cree más a la izquierda que lo que realmente vota. Además en los últimos años de Mariano Rajoy se ha dicho de todo. Parece como si se estuviese aceptado por muchas personas que los ajustes económicos los hubiese hecho él por una vocación sádica personal. Se llega a acusarle de haber dañado “derechos fundamentales”. Incluso he leído a alguien que le comparaba con Hitler diciendo que éste también estaba supuestamente legitimado por haber ganado unas elecciones. Con todo este clima, es normal que haya bastantes personas que no quieren decir que van a votar al PP y rechacen contestar la encuesta o se inventen falsas respuestas. Simplemente para salir del paso o, en algún caso, creyendo que con ello van a producir también un efecto diferente sobre otros votantes, convirtiéndose en su imaginación en auténticos “maquiavelos”.
Por el contrario decir que se va a votar a Ciudadanos “mola”. Lo moderno es votar a los nuevos partidos. Adicionalmente en el caso de Podemos muchos de sus seguidores son más activistas que el ciudadano medio y, por tanto, sienten orgullo proclamando su voto. Por su parte algunos votantes tradicionales del PSOE pueden estar atravesando una mala época y, públicamente, niegan su voto, aunque al final acuden a las urnas por fidelidad a su partido.
Los medios se contagian de este ambiente. Crean una atmósfera de excitación colectiva, donde las emociones y sentimientos sustituyen al sentido común. Más sentimientos que pensamientos. Más ideologías que ideas. En los últimos días probablemente se ha producido una polarización en los extremos.
En la tabla siguiente se recogen las desviaciones producidas entre la media de todas las encuestas publicadas hasta los días previos a las dos últimas elecciones y los resultados de estas, utilizando para ello la información publicada por Kiko Llaneras en El Español. Se ve la tendencia a infravalorar a los partidos clásicos y sobrevalorar a los nuevos.
Para terminar, hay que tener en cuenta que, como ya hemos dicho, una patronal del sector ha manifestado que cree que hay sondeos preelectorales técnicamente débiles que cuentan con pocos medios económicos y buscan en exceso la notoriedad. Estos debilitan la credibilidad del sector.
Lo que sería mucho más grave es si fuese cierto que, al igual que a las escopetas de feria, a las encuestas “les desvían la mira” para que sus resultados salgan desplazados a derecha o izquierda según el interés del manipulador.
En cuanto a las encuestas a pie de urna me parece claro su bajo nivel de acierto. Posiblemente justificado por la ocultación del sentido del voto por parte de algunos, por las facilidades que dan para ser entrevistados los seguidores de ciertos partidos y por la tentación de decir lo que creemos que el entrevistador quiere oír. Lo que en cada momento sea “lo correcto” según el ambiente. Añadido todo esto a que su utilidad es tan efímera, apenas dos horas, creo que no deberían realizarse. En especial cuando están pagadas con dinero público. Según lo publicado por Daniel Ramírez, la encuesta de Televisión Española nos ha costado 280.000 euros más IVA, que hemos pagado entre todos.
Por tanto para el ciudadano de a pie, y con efectos prácticos, creo que la cuestión se reduce a ser conscientes de que la fiabilidad de las encuestas es bastante limitada, aunque sean lo único que tenemos. Pero recuerde que no es lo mismo “lo que sabemos”, que “lo que pensamos que sabemos”.
Fotografía: Eduardo Siquier en Flickr bajo licencia CC 2.0