¿Funchal? … Pues la verdad … no me suena.
Me apostaría una caña a que, hace quince días, la mayoría de los españoles no sabían que Funchal es la capital de Madeira. Creo que tampoco habrían sido capaces de situar con precisión esta bella isla dentro del Océano Atlántico. Tampoco yo habría contestado con mucho acierto antes de que, hace ya bastantes semanas, decidiese aprovechar los primeros días de agosto para disfrutar de los encantos de esta isla llamada la Perla del Atlántico.
Sin embargo hoy creo que, por desgracia, serán pocos los que no hayan oído hablar de Funchal a causa del terrible incendio que ha azotado, durante varios días, parte del casco urbano de esta ciudad de unos 120.000 habitantes y orografía muy escarpada, produciendo cuatro víctimas mortales e importantes daños materiales.
El lunes día 8 −era mi tercer día en la isla− visitamos, a primera hora, el barrio de Monte. Punto de atracción turística por su Jardín Tropical y los carritos de mimbre que se utilizaban hace dos siglos, deslizándose por calles empedradas y escaleras, para bajar hacia el centro de Funchal a los “señores” y hoy a los turistas. Pocas horas después, nos llegó la noticia de que, muy cerca de donde habíamos estado, se había iniciado un incendio, posiblemente provocado.
Por la tarde, tomando con mi mujer unas cervezas en un pequeño bar de Ajuda, un barrio de Funchal cerca del mar, vimos en la televisión imágenes de un incendio. La verdad es que no entendía prácticamente nada de lo que decían. El portugués no resulta tan fácil de entender cuando lo hablan con naturalidad. Con este motivo entablamos conversación con el dueño del bar. Simpático y servicial, pero no servil. Nos aclaró que, en efecto, había un incendio en la ladera, encima de nosotros. Pero la información de la televisión era sobre otros incendios en Portugal. Algo más tarde nos avisó de que entonces sí que estaban hablando del incendio de Funchal. No parecía darle mucha importancia. Todos los años hay incendios. No hacen nada para prevenirlos.
Pero esa noche el fuego, con una temperatura muy por encima de lo habitual y un viento de más de 100 km/h que arrancó varias plantas alrededor de nuestro hotel, se extendió con rapidez hacia la zona habitada de Funchal. Los valles de la zona están plantados de eucaliptos, especie que crece rápido pero muy inflamables y que contribuyen a que las llamas se propaguen con voracidad. Además la estructura urbana de Funchal no es como la de nuestras capitales. Son pequeñas casa de campo, de una o dos plantas, rodeadas de plataneros u otras explotaciones agrícolas. Muchas casas están abandonadas. Son propiedad de emigrantes que hace años que se fueron buscando un futuro mejor. Por tanto los terrenos que rodean las casas están sin limpiar desde hace años y son combustible fácil para el fuego. Además los bomberos de la isla son pocos y no cuentan con material moderno y adecuado. “Madeira es una región autónoma”, me decían con rabia, mal disimulada, algunos lugareños con los que pude hablar pidiéndoles información. Por ello muchos voluntarios se unieron a la lucha contra el fuego. Aún así, este avanzó sin dificultad durante la noche.
A la mañana siguiente la situación no mejoró. La temperatura seguía siendo extrema (se anunciaban 38 grados de máxima, algo inhabitual para esta isla) y la velocidad del viento, aunque menor que durante la noche, era realmente alta.
Todos los turistas que habían querido informarse sabíamos las dificultades del aeropuerto de Madeira. Una pista muy corta entre el mar y la montaña ha hecho que este aeropuerto estuviese incluido entre los de mayor dificultad del mundo. Hace algunos años, con fondos europeos, la pista fue ampliada hasta 3.200 metros de longitud, con una parte sobre pilares al borde del mar. Aún así las exigencias de seguridad obligan a dejar de operar cuanto la velocidad del viento o las condiciones ambientales son poco adecuadas.
Esta fue la situación del lunes por la noche y el martes durante todo el día. El aeropuerto tuvo que cerrarse por exigencias de la seguridad derivadas de las condiciones ambientales. No directamente por el fuego como daban a entender algunos medios españoles que yo leía en busca de información. Otro turista español con el que al cabo de unos días comentaba la situación, me informó de que él buscando información en twitter había estado viendo información alarmante sobre la situación del aeropuerto que subía un joven español, cuyo nombre no recuerdo, pero que tenía cientos de seguidores. Criticaba duramente a TAP, a Portugal y a quien pasase por allí, por la espera a la que se veía sometido su vuelo de regreso a España. Me parece un caso típico de un cierto modo de entender la vida. En mi opinión las limitaciones de este aeropuerto son conocidas. Y si no te gustan, pues no vengas. Creo que en esta y otras muchas situaciones que se dan en nuestra vida diaria, todos debemos actuar como adultos que somos. Estar preparados para aceptar las consecuencias de nuestros actos. No vale hacer lo que nos venga en gana y pensar que, si hay problemas, siempre debe haber “alguien” que venga a solucionárnoslos. A pagarnos la cuenta.
Pero ya era martes por la mañana. Nuestra vida continuaba de acuerdo con el programa previsto. Un autobús nos recogía a la puerta del hotel para hacer un tour por la costa norte y oeste de la isla. Lejos del incendio de Funchal.
La guía nos informó, con indisimulable preocupación, del avance prácticamente descontrolado del incendio durante la noche. Se había sembrado el pánico entre la población de la zona. A media tarde del lunes se habían evacuado unos 250 pacientes del Hospital dos Marmeleiros. Luego se les añadieron más de 300 del Hospital Dr. Almada. La guía nos informaba puntualmente de estos detalles, ya que llamaba con frecuencia a su hija que iba a dar a luz de un momento a otro y lógicamente estaba preocupada por la situación del Hospital Central.
Íbamos enterándonos de que los fuertes vientos habían hecho que las llamas se extendiesen desde la parte alta de la ciudad y ya resultaba difícil respirar en varias zonas debido al denso humo que iba llenando las calles. Bastantes personas, huyendo de las zonas más próximas al fuego, estaban abandonando sus casas y muchos de ellos acudían al Hospital Central de Funchal con síntomas leves de intoxicación por inhalación de humo.
Me sentía incómodo por la falta de información. No encontraba prensa. Entendía muy poco de lo que decían en la televisión. En Internet leía informaciones que no se correspondían con lo que veía con mis propios ojos. Así que trataba de entablar conversación sobre el tema con cualquier madeirense que se prestase a ello. Ya fuese guía, camarero, o recepcionista de hotel. La palabra “corrupción” salía con frecuencia cuando me trataban de explicar las causas. Los incendios se repiten con frecuencia. El dinero no se dedica a prevención. No tenemos helicópteros ni hidroaviones para luchar contra el fuego. Los hospitales no funcionan bien, las listas de espera en cirugía son muy largas por falta de anestesistas. El anterior primer ministro ha estado 40 años en el cargo, hasta hace un año. Esto es excesivo. Se cae en la corrupción, el amiguismo, los negocios personales y se olvidan de las necesidades de la gente de Madeira. El nuevo ejecutivo liderado por el centro-derechista Miguel Albuquerque lo está haciendo mejor, pero aún llevan poco tiempo.
Ese martes regresamos al hotel a media tarde. Este estaba situado en el barrio de Ajuda. A unos cinco o seis kilómetros del incendio. Al bajarnos del autobús el ambiente era opresivo. Calor sofocante. Casi 40 grados. A la alta temperatura ambiente se sumaban dos o tres grados por efecto del fuego ya que el viento traía el aire de esa zona. Me recordaba cuando de niño entraba en el horno de una panadería mientras estaban trabajando. Además, el cielo estaba cubierto de denso humo. Las pavesas caían sobre nosotros. Esa tarde y noche no salimos del hotel donde estábamos protegidos por el aire acondicionado.
Desde el día anterior estaban cerrados los teleféricos que llevan a la parte alta de la ciudad. Los taxis funcionaban con normalidad, aunque había calles cerradas. El acceso a la Vía Rápida, principal vía de circulación de Madeira, estaba cerrada. Muchos transportes urbanos estaban suspendidos temporalmente. El viento seguía obligando el cierre temporal del Aeropuerto Internacional Cristiano Ronaldo. Nuestro ánimo estaba bajo.
Al día siguiente, miércoles, la situación era mucho mejor. El fuego parecía controlado. Al menos eso decían las autoridades locales. La temperatura había bajado casi diez grados y el viento ya era normal. Nos enteramos de que el Hotel Choupana Hills había ardido en su totalidad. Algunos turistas colaboraron en la lucha contra el fuego. Codo con codo con los empleados del hotel y los bomberos. La víspera se había desalojado un centro comercial. Desgraciadamente ya había 3 muertos. Al final han sido 4. Personas mayores a las que el fuego sorprendió durmiendo en sus casitas. El número de personas desalojadas rondaba ya el millar: 500 que habían abandonado los dos hospitales citados; más de 200 residentes del hotel; y el resto lugareños. Algunos habían perdido sus casas y la mayoría, aunque las conservaba, estaban demasiado cerca del incendio y el humo les podía provocar problemas respiratorios. Tuvieron que abandonar la zona. Se le estaba realojando en una instalación militar, en el estadio de fútbol, en el casino, y en otros lugares.
A pesar de todas estas noticias de lo sucedido el día anterior, la noche del miércoles era muy agradable e invitaba a cenar al aire libre. Fuimos al puerto. A la Marina. Allí hay varios restaurantes con buen pescado y mariscos. Mientras elegíamos el menú, pensaba, con incomodidad, en la situación que estábamos viviendo. Los turistas mirando la carta para elegir la cena y, mientras tanto, había lugareños, tal vez alguno de los camareros, que podían estar perdiendo su casa.
Pregunté por la situación del incendio al camarero que nos servía. Un joven de unos 25 años. Al principio con gesto serio dijo que parecía que la situación iba a mejor pero que el incendio era una tremenda desgracia. Ante mi interés y preocupación, el joven, al que casi se le saltaban las lágrimas, nos contó que la noche anterior había tenido que abandonar su casa porque el fuego avanzaba en esa dirección. Afortunadamente, al cabo de cuatro horas, habían podido regresar porque ese frente estaba controlado. Yo le escuchaba con atención y dije ¿Y qué podemos hacer? Su respuesta fue clara. Seguir cenando. La vida sigue. Yo estoy aquí trabajando. Necesitamos a los turistas. La vida tiene que seguir con la máxima normalidad posible.
Comentó con satisfacción que ya estaba detenido el autor del incendio. Un joven de 24 años. Reincidente. Detenido en dos ocasiones anteriores por pirómano. Yo le decía que en España sabemos bastante de esto. El 95% de los incendios son provocados. Se quejaba de que los refuerzos con bomberos especializados procedentes de Portugal no habían llegado hasta ese mismo día. Insistía en que hay que modificar las leyes para incrementar las penas para los pirómanos. Si son perturbados que vayan a un centro especial, pero que no vuelvan a estar en libertad. Hay que legislar ahora mismo, en caliente, luego todo se olvida.
En la mañana del jueves la situación era mucho mejor. Nos decían que el fuego estaba realmente controlado. Los rostros de la gente parecían relajados. El aeropuerto se había reabierto en la mañana del día anterior. Pero el servicio no había sido normal durante el día. Había que recuperar los vuelos cancelados la víspera y el viento era a ratos más alto de lo deseable. Incluso tuvo problemas el primer ministro luso, Antonio Costa, que voló ese miércoles a Madeira. Tuvieron que aterrizar en una isla cercana y cambiar su avión por uno más pequeño y manejable, que tuviese menos exigencias para poder aterrizar en Funchal.
Ese día nuestro tour era por la zona norte y este de la isla. No pudimos subir al Pico do Juncal (1.800 metros de altura). Pasamos por Machico y Santa Cruz. Muy cerca del aeropuerto. La situación era totalmente normal. Buena visibilidad. Poco viento. Los aviones aterrizaban y despegaban sin problema. Pero había nuevos fuegos en otros puntos de la isla como Caniço y Calheta.
Seguíamos, ¡cómo no!, hablando del incendio. Ya eran cuatro los detenidos por haber provocado los incendios. Al primer detenido, se añadían ya otros dos jóvenes que se movían en un coche provocando incendios en distintas zonas y también una señora de más de sesenta años. Hay gente que no madura. Parece que eran de distintas clases sociales. El rasgo común personas ser saturadas de odio y, sin duda, desequilibradas. Las justificaciones suelen ser su oposición al turismo que está destruyendo la isla. Recuperar los pastos perdidos como consecuencia de las ayudas recibidas – y ya gastadas hace años− de la UE a cambio de eliminar las cabezas de ganado bovino y dedicar el terreno a reserva natural. Incluso el primer detenido adujo el placer de oír el ruido de la madera ardiendo. Las consecuencias, un daño tremendo. Aunque no sea justificable, la gente del pueblo, los vecinos, han destruido la casa en la que vivía este pirómano. Lamentablemente cuando la justicia parece ineficaz (era ya la tercera vez que causaba un incendio) la ira popular se desata.
Esta es una metáfora apropiada para aplicarla en nuestra vida política. El descontento con algunos aspectos del sistema, por importantes que sean sus deficiencias, se soluciona, en mi opinión, con la realización de reformas. Seguramente radicales y profundas. No fáciles de llevar a cabo. Que exigen diálogo y sentido común. Pero nunca empezando con la destrucción de lo que tenemos, por muchas mejoras que se demanden.
Por fin, el viernes en Funchal reinaba la normalidad. El teleférico funcionaba desde el día anterior. Las carreteras estaban abiertas. La gente sonreía. Fuimos a la zona alta de Funchal. A cenar en un típico restaurante para turistas con actuaciones musicales y folclóricas. Cruzamos algunas zonas en las que se veían parcelas devastadas por el incendio. Al lado otras en perfecto estado. El fuego es caprichoso al propagarse. La cena fue estupenda y terminamos, como suele ser habitual, bailando los turistas con los miembros del grupo folclórico. Los unos aplaudían a los otros. La vida había recuperado la normalidad en Madeira.
Como me decía el camarero de la otra noche, esta era la manera de ayudar. Todos sabemos de muchas causas a las que apoyar. Pero si alguien tiene alguna relación sentimental con esta isla, puede hacer un donativo en una cuenta abierta con este fin: Funchal Solidario – Incendio de Agosto – 2016. IBAN: PT50 0018 0003 42 77 7599 0201 0
En mi opinión la falta de previsión contra el fuego en Madeira hasta ahora ha sido evidente. Sin embargo, las acciones concretas para luchar contra el fuego con la ayuda recibida desde Portugal han servido. Las medidas tomadas para conseguir el objetivo de que la isla funcione resultaron sensatas, eficaces, y graduales. Además las restricciones de tráfico y similares se levantaron tan pronto como fue posible.
Por el contrario, los medios españoles en Internet, a los que acudía con nervios en busca de información, con frecuencia han dado titulares alarmantes y noticias bastante exageradas en relación a lo que yo mismo veía. Se hablaba de confusión generalizada ante el avance imparable del fuego. Las llamas reducen Funchal a cenizas. La orilla está llena de gente con maletas que ha salido de casa con lo que más apreciaban. Los turistas no saben dónde meterse. El fuego rodea las instalaciones del complejo Cristiano Ronaldo (CR7). Todo bastante alarmista. Parece que los medios de internet, presionados por la inmediatez, difunden la información sin contrastarla en muchos casos y cediendo a la tentación de resultar muy llamativos para aumentar el número de accesos. Cuidado.
Una conclusión que saco basándome en todo lo que he visto y oído, es que tenemos que aumentar la solidaridad internacional. Europa es la vía de solución. Deberían existir unos equipos bien dotados, y ubicados en dos o tres puntos de Europa, para su intervención rápida en casos similares. Los madeirenses están agradecidos a Europa por todas las inversiones que han permitido su desarrollo en los últimos diez años. En Europa ven su salvación, no en la autonomía.
Todo se acaba. Llega el sábado. Subimos al avión para volver a España. Todo el viaje se desarrolla con puntualidad y sin ningún problema. A media tarde llegamos a Madrid. Veo las noticias. En televisión Parafraseando el brevísimo cuento de Augusto Monterroso podría decir: “Cuando regresé a España, el gobierno provisional todavía seguía allí”.
Algo se ha movido en la política nacional, pero poco. Lo fundamental es que Ciudadanos ha hecho una oferta aceptable para que el PP reciba su apoyo si acepta seis puntos concretos. Su base es la lucha contra la corrupción y la reforma de la Ley electoral. Creo que posiblemente el PP acepte y solo pida que la comisión de investigación del caso Bárcenas se amplíe a otros casos ajenos al PP. Así que el PSOE deberá decidir. En él hay voces diferentes. El secretario sigue mantenido el NO sin paliativos. Ojalá tomen la decisión que sea pensando en España y en el interés general antes que en el partido o en las conveniencias personales. Esperemos. Falta poco para el desenlace.
Si finalmente nuestros políticos son capaces de que España tenga un Gobierno que aborde, sin más demoras, los compromisos internacionales y las tareas urgentes, sugiero que debemos exigirle que aplique, entre otras cosas, las lecciones que he aprendido en Funchal:
- Los políticos no nos deben engañar. Ni en los buenos momentos, ni cuando nos enfrentamos a problemas reales y urgentes.
- Transigencia cero con la corrupción. Aplicar todas las medidas para luchar contra la corrupción y acabar con la impunidad.
- Sentido común. Aplicar correctamente los medios materiales y financieros. Desarrollar las ideas más adecuadas para conseguir el bienestar de los ciudadanos, sin poner por delante las ideologías.
- Pensar en el largo plazo y en la prevención de desastres. No solo en el rédito electoral a corto plazo. Esto sirve para el caso de la prevención de incendios, pero también para los planes hidrológicos, la prevención de las sequías, el plan energético nacional, la inversión en infraestructuras, y tantas otras cosas, entre las que destaca con mayúsculas LA EDUCACIÓN.