Caminos

Llegaba tarde, como siempre, pero esta vez no fue mi culpa. Y por llegar tarde me esperaron, de pie en una parada de bus, alguien que no esperaba. Le miré a la vez que le reconocí, vi sus ojos del tamaño de la costumbre y el también me reconoció. Llevaba unas gafas de lente enorme en unos ojos diminutos, una camiseta negra y unas nike. Sorprendido e impaciente, le pregunté por su vida con el empuje del Madrid cuando va perdiendo, pero poco a poco, cada vez más afilado. Se había convertido al islam y me contaba con alivio que por fin encontró su camino, en noviembre del año pasado. Estaba limpio, renació. Trabajó en el Ginos para vivir solo en la sierra y volvió a casa cuando se le acabó el dinero.

El día que vino a mi clase trajo zapatos y camisa, decía que su hobby era aprender idiomas y que su padre era político. Venía de Bélgica y vestía con la corrección impropia de un grupo de 4º de la ESO. Los días siguientes se hizo un yonki, casi por fascículos. Se unió a las drogas, rompió sus camisas, llevó tirantes, incorporó la jerga, visitó todos los parques. Se fugó de casa por la ventana, le pegaron y un día acabó con la mano ensangrentada de tendones. Y ahí terminó. No quiere fiestas ni más drogas. Desde noviembre, dice que encontró el camino.