“Crecimiento de la integración de las economías de todo el mundo mediante el comercio y los flujos financieros, el desplazamiento de la mano de obra y la transferencia de conocimientos tecnológicos a través de las fronteras internacionales y sus efectos culturales, políticos y medioambientales». Esa es la definición que el Fondo Monetario Internacional ofrece sobre “globalización”, el fenómeno por el cual los ricos de ahora son los mayores poseedores de la Historia y tú y yo podemos comprar abrigos de North Face fabricados en Vietnam. Gracias a este término tan glotón vemos todas las ligas de fútbol extranjero, comemos mangos cubanos y bailamos música de Estados Unidos. ¿Y qué?.
Nos hallamos en el momento de mayor desigualdad de la Tierra, según cuenta el sociólogo norteamericano Mike Davies, y también es por culpa de la globalización, la falsa. Las multinacionales son las nuevas reinas del orden mundial y la Política ya parece servir para poco. El mercado corre sin frenos, lejano a la vigilancia de los Estados y el control público, drogado de libertad, de espaldas a la igualdad. El mercado crece como un niño que no para de comer gominolas, feliz, sin unos padres que le controlen.
La desigualdad es inherente a la naturaleza y los mandatarios existen para minimizarla, no para estirarla. Y con esta globalización propuesta por plutócratas no hace más que alargarse, condenando a la sociedad. El único mandamiento que se ha globalizado exitosamente ha sido el del consumismo, y no la cultura, ni la ética, ni la educación. Según dice Juan Torres López, Catedrático de Economía Aplicada por la Universidad de Málaga, “solamente el dinero y las finanzas se han globalizado perfecta y literalmente hablando. Ni siquiera el comercio, porque los países más ricos imponen durísimas barreras a los más pobres”.
El bienestar económico resultante de este fenómeno llega exclusivamente a los bolsillos de los más poderosos, espabilados de mercado, que sí se aprovecharon. Y no es bienestar, es lujo exagerado. Sin distribución por parte del sector público, un rehén más del mercado. La globalización no se diseñó para reducir la pobreza ni igualar Estados, sino que nació para engordar fortunas. La planearon multinacionales y no Gobiernos comprometidos, que se olvidaron de la ética y la cultura. En Nicaragua, Guatemala, Afganistán, Zimbaue y Burundi se ríen del bienestar económico y de la globalización, de mentira.