Me enfado por culpa del juez del carisma, que marginó a Pedro Sánchez del sillón de los queridos. Egoísta, cabezón, irresponsable y guapo, la mayor de las tiranías. Sánchez se niega a facilitar Gobierno y reúne las características idóneas para ser odiado.
Y en realidad, el líder del PSOE cometió un error. Tuvo opción de encabezar España tras las primeras elecciones y no lo consiguió, cuando debió negociar hasta con Daniel Levy para cumplir con su moral. Y justo la moral le condenó, en un país de ridículos tolerantes, que se encienden más por un error de Benzema que por otro caso más de corrupción. Que chillan por un insulto hacia Rajoy pero se callan con las Preferentes, con las Tarjetas Black y con la destrucción de ordenadores que salpicaban pruebas. A Sánchez le hierve la sangre porque conserva algo de decencia y mantiene con la solidez de un náufrago el NO al Partido Popular.
El socialista se niega a que España siga presidida por unas manos llenas de lodo, que de tanto cultivar la corrupción la han neutralizado en nuestras mentes, sin recuerdo, ni garra, sin principios y cerca del fin. Y a Sánchez nadie le entiende, y como a un entrenador sin respaldo, le hacen la cama hasta en su equipo, plagado de corruptos perdedores y fans de un jeque sevillano agujereado por los billetes.
Pedro Sánchez es un mal político y el mayor tozudo, en un país donde solo hay una mayoría absoluta, y es de cabezas huecas sin espíritu.