La naturaleza consintió la desigualdad, libre, diversa, bella, triste e injusta. Y la política nació para estrecharla, asegurando para todos las mismas oportunidades, sin menosprecios ni favoritismos, honrando las diferencias. En cambio, la realidad nos sigue chillando: la desigualdad es un problema global que no se ha solucionado.
Según un informe del 2014 presentado por la Organización Internacional del Trabajo, España es el país desarrollado en el que más se está estirando la desigualdad. La brecha que separa la parte más rica de la parte más pobre de la población se ha incrementado entre un 40% y un 50%, y ha transformado a España en el segundo país más desigual, después de Estados Unidos, del conjunto que incluye a la Unión Europea y al gigante norteamericano. Este fenómeno se debe a la diferencia de salarios, producto de una distribución de renta ligada a los intereses de unos pocos, y lejana al control racional del Estado.
Además, la desigualdad salarial en el mercado de trabajo español rompe en dos vertientes: diferencias por sexo y edad. La brecha salarial de género en nuestro país es la sexta más alta de la Unión Europea, y según Eurostat, la retribución media de las mujeres españolas fue un 18,8% inferior a la de los hombres en 2014. Esta disparidad salarial es injusta e injustificada, ante mismos estudios y capacidades, y acelera también las diferencias medias en las pensiones, con una distancia del 39% en favor de los hombres. Para más inri, estudios de la EADA en 2013 reflejan que solo el 10,3 % de cargos de dirección de empresas eran ocupados por mujeres.
La otra vertiente de desigualdad se dirige a las diferencias por edad. Según sitúa la UGT, el sueldo de un trabajador joven y otro adulto que desempeñan la misma función varía en un 40%, siempre en favor del más longevo. Este aspecto se suma a la marginación de los jóvenes en los altos cargos, copados por profesionales de elevada edad. Un ejemplo de ello es que 19 altos cargos del IBEX 35 superan los 70 años.
España camina lejana a minimizar las desigualdades, que se multiplican, mientras sus dirigentes miran a otro lado, escondidos de los problemas que realmente acechan. El Estado naufraga sin poder ni decisiones, porque el mercado manda. Y como la naturaleza, lo consienten. La desigualdad tiene remedio, pero nadie ofrece vacuna.
Fotografía: Recortes, de Ana Rey en Flickr bajo licencia CC 2.0