El deporte de Darwin

El tenis es el deporte darwiniano por excelencia, en el que la élite solo se alcanza si superas todas las pruebas de selección. El primer requisito del tenista profesional es ser rico, porque jamás veréis a un Federer nacido en el barrio sevillano de Los Pajaritos, con revés a una mano y volea ganadora (el golpe de los maestros). El tenis es un deporte tan exclusivo que se juega con polo y reloj, siempre en silencio. Si tu sueño es la raqueta has de saber lo que cuesta reservar una pista, contratar a un entrenador, viajar para jugar torneos, pagar a fisioterapeutas, costear preparadores físicos y vivir con el peso de la presión del dinero que le debes a tus padres.

El segundo requisito es la técnica natural, porque también el tenis es el deporte de la técnica. Aunque dediques tu tiempo a perfeccionar el saque, a tu cuerpo lo eligieron desde el inicio, para sacar o restar. Porque Nadal tiene un espíritu invencible, pero la vida le entregó la técnica innata de la resistencia, el talento de transmitir con cada golpeo, atacando de «passing shot».

La tercera condición ineludible es el físico. Para ser tenista necesitas una anatomía que te permita acelerar y descansar cada minuto, unas rodillas que soporten toda tu carga y sean capaces de flexionar, unas piernas rápidas y duras, unos brazos sobresalientes en músculo y una inmortalidad inalcanzable, de no lesionarse. Gareth Bale no será Balón de Oro porque su fisionomía le inhabilita, solo le ofrece medias temporadas. Y tú no llegarás al Top 100 si el físico te obliga a parar.

Y la última muralla al tenis profesional es la mente, la barrera más difícil de saltar. Quien compite lidia con el afilado pensamiento de jugarse el dinero. Por cada partido luchan por la gloria y miles de euros, contra el temor y la pérdida. Además de azotarse con todo el tiempo que han dedicado a entrenar, sin salir con amigos; si caen derrotados, será en vano. Dirán que sus mentes resisten porque el dinero no afecta sus vidas, son ricos, entonces para qué sufrir para jugar, digo yo. Pudiendo hacerlo en el jardín de su chalet. A los tenistas se les resbala la raqueta con el sudor en los momentos decisivos, pero aun así ganan el punto, arriesgando la bola a la esquina. Pelean uno contra uno, solo dependen de ellos y una red, ante miles de personas. Todos los tenistas llegan por méritos propios, ninguno por favores de presidentes o entrenadores.

Yo solo rezo en varios minutos del mes, en los que pido una doble falta de mi rival en bola de «break». Los tenistas temen a la victoria y a la derrota, y conviven profundamente con el error. Fallan más de treinta veces en su mejor partido del año y se niegan a perder los nervios. Solo resisten los más preparados y solo es un deporte rentable para quien alguna vez llegó al Top 10. Darwin inventó el tenis.


Foto: Beth Wilson en Flickr bajo licencia CC 2.0