Historia

Yo quería a Villa pero lo trajeron a él. También quería a Ibrahimovic, pero lo trajeron a él. Nuestro inicio fue premonitorio: el primer recuerdo que le guardo es chutando al poste. Y así conocí a Karim. Después me enamoré, porque era yo. Siempre hacía lo que el momento requería, enviando el balón al compañero mejor colocado, limpio y suave. Y jamás se la devolvían en las mismas condiciones, la mayoría de las veces ni se la devolvían. Y cuando al fin le entregaban la bola, de tanto esperar, fallaba hasta parecer torpe. La gente le silbaba y a mí cada vez me gustaba más, solos, como Atila. Mis colegas me repetían cada uno de sus errores, de sus partidos sin marcar, sus ocasiones fallidas. Mi familia me decía que se tenía que ir ya, que se acabó su beca con Florentino, que no tenía sangre, que desaparecía. Entre medias marcó un puñado de goles que le hicieron trepar al honor de la Champions, vació sus bolsillos de preciosos detalles, convirtió de chilena en el Camp Nou y abrió las redes del Bayern en semifinales. Chutó el larguero más imponente del lustro en casa del Barça, el más bello en el Bernabéu, de espuela, y mejoró a Van Basten en Pamplona. Ganó dos Copas de Europa con la BBC y una Liga con Mourinho. Pero mi padre decía que le faltaba una noche para consagrarse, un recuerdo en la retina de los que nunca le quisieron. Lo tuvo en Milán pero perdonó ante Oblak, lo tuvo en Lisboa pero Bale no se la quiso pasar. Y lo hizo ayer.

Cuando parecía que el fútbol le negaba la gloria de un día de decisivo protagonismo, lo hizo de una manera única. Ni marcando, ni asistiendo, siendo Benzema. El Atleti hechizó los primeros minutos de su estadio y derribó la prolongada ventaja de los merengues, hasta temblar. Ronaldo, que solo entrega los balones que no le convienen, le mandó el compromiso al francés, arrinconándole a la esquina. Y Karim, con la inconsciencia del que no tiene sangre, se puso a enredar con el plato más sencillo de su menú: las croquetas. Godín, Savic y Giménez le seguían con exceso, pavoneándose porque Benzema no sacaría ni córner. Pero se olvidaron de que es un genio, de los que florecen con el riesgo. Y el riesgo allí era la línea de cal, a cien metros de altura, entre tres rascacielos, tan delgada. Y Karim la cruzó con dos toques de intelecto, hasta paralizar los corazones de los tres guardianes rojiblancos. Al salir del abismo, el de Bron se calmó aún más, al saber que ya jamás tendrá muerte, porque estaba haciendo Historia. Levantó la cabeza, el don más infravalorada del fútbol, y se la dio al compañero mejor colocado. Y gol. Benzema se grabó en la Historia con la acción que más le define, para sellar en vídeo su recuerdo. Una jugada de loco. Sus memorias. La noche con la que cerrar la belleza de Europa en el Calderón. La final. Historia.

 

Fuente Imagen: Diario El País