Los inicios de campaña son para Tordelrábano, un pueblo diminuto que baila entre Guadalajara y Soria, donde siempre empiezo las Ligas. Y siempre las comienzo con miedo, excepto este año, sedado por el algodón de la victoria. Porque ayer fue distinto a cuando sufría en el garaje de un vecino del pueblo, con Digital Plus conectado a una maraña de cables infames, empatando contra el maldito Valencia, con Pepe olvidando su nombre. Y al día en el que escuchando la radio en mi habitación, perdíamos contra el Getafe.
Este año no, ni me preocupé por seguir el partido en vivo, sabía que ganaríamos, porque el equipo es un reloj. Únicamente eché dos vistazos al móvil para contonearme. 0-2, Bale y Casemiro. 0-3, Toni Kroos. Leí que Andone las tuvo y que Keylor nos salvó, pero ni mi rumano me pareció daño excesivo, este Madrid es un equipo abusón. Benzema hizo de las suyas dentro y fuera del área, donde es el mejor del mundo, allá donde no incordia la nadería del gol. E incluso los once titulares crearon un gol guardioliano, tras dar más de 40 pases y tocarla todos juntos con glamour. Pero con una pega, le dejaron la delicadeza del gol al hombre más rudo: Casemiro.
Con la ría de sucesos controlada, los blancos dejaron pasar los minutos como si jugasen en un salón de tés. Como si hubiesen olvidado al Madrid de años pasados. Por suerte Ramos, que nunca olvida, nos recordó a todos que seguimos siendo los mismos que perdimos, una y otra vez. Y se expulsó. Y se quejó. Y quedó por encima. Porque el Madrid, gane o pierda, defenderá su esencia: ser superior.
Fuente imagen: El desmarque