La hora se acerca y tu cuerpo mezcla dos sensaciones: nervios e ilusión. Te vienen a recoger a casa, como a alguien importante, y llegáis a la hora que os citan al campo indicado. A Majadahonda, por ejemplo, a las 20:00. Aparcamos apurando huecos y nos bajamos del coche para saludar. Porque, en realidad, nuestra dedicación se basa en saludar. Al primero que vimos fue a Mario, ya haciendo fotos, con su incansable iniciativa. Atravesamos juntos los escudos del Atleti y ya estábamos dentro. Nacho se echó un piti y mientras nos encontramos con Antonio Fuentes, un sabio de todo esto. Recogimos las acreditaciones, siempre entregadas con recelo, y nos posamos en la grada. Miramos el césped, rodeado de un clima ideal y tan cuidado como si al día siguiente entrenase en él el Cholo a sus pupilos. Di una vuelta por el campo para ver desde todas las posiciones a los jugadores del Adarve y Gianni me dijo que no tuviera nervios. Nadie estaría nervioso teniendo esa zurda, pensé. Por lo que cambié la tensión por la envidia. Por su parte, Nacho ya había conseguido los onces iniciales y me guardó un sitio en la grada, para ver a Pepinho de cerca y escuchar las órdenes de Víctor Cea. El Adarve jugaba el primer partido de Copa del Rey de su historia contra el Rayo Majadahonda.
Con el choque a punto de empezar, el Twitter hervía, entre fotos y mensajes de aliento a nuestra grada. Nacho, Mario y yo arrancamos el partido deshaciendo la incertidumbre con bromas (les di un recital de titulares de crónicas) y el Adarve agarró el inicio por el pescuezo. Para ganar a los del Barrio del Pilar habría que sudar mucho. En las pausas del encuentro, cuando aburría, llegué a la conclusión de que el verdadero negocio del fútbol estaba en las novias de los jugadores. Pero Mario y Nacho me criticaron, así que desplacé mis ideas. En la siguiente pausa descubrí que Chendo se sentaba muy cerca de nosotros, con sus gafas inconfundibles, espiando a Cadete, o a quien sabe. Después llegó el descanso, con el cuadro de Víctor Cea reduciendo el potencial del Majadahonda y Héctor exprimiéndose al máximo en ataque,junto al incesante arrojo de Ángel. Todos se levantaron de sus asientos y miré hacia arriba, donde me esperaba la mirada de Mañas, mi míster, con su visión sin filtros del fútbol, que a la mía contrastaba.
La segunda parte volvió con un Adarve feroz, que iría al ataque. Salió Fran García para revolucionar nuestro poderío ofensivo y en unos cuantos minutos marcó un golazo. Cadete recuperó un balón en el flanco izquierdo y se la entregó con veneno a Fran, que con su fiel golpeo no perdonó. 0-1. Faltaban 25 minutos para el final y el Majadahonda tenía que apretar. Nacho llenó de mayúsculas el Twitter y yo lo acompañé con fotos de nuestra afición, que llegaba a sus momentos favoritos: los del sufrimiento. En ellos, cada miembro del Adarve es imparable. Y así fue, resistiendo de forma titánica, el debutante copero más fiero pasaría de ronda en su primera participación en Copa del Rey. Nacho y yo, rápidos, nos pusimos a grabar la celebración desde distintas vistas y las interacciones no paraban de llegar. Habíamos hecho historia. En un momento de decisión, salté dos vallas y aparecí en el otro lado, en el césped, en mitad del festejo.
Más tarde, llegaron Nacho y Mario y felicitamos a los jugadores y al cuerpo técnico, exhaustos. Vimos a un directivo con una camiseta repleta de estampados de lobos y cogí a Fran para entrevistarle en el campo. Sin embargo, cuando ya hablaba, nos apagaron los focos. Le esperamos sentados enfrente del vestuario, yo soñando con ser futbolista, y nos volvió a atender, tan encantador como siempre. Al acabar nos volvimos en el coche de Nacho, esperando la próxima cita, en Logroño, desde el otro lado.