En Anoeta, el Madrid se enfrentaria a su primer choque trascendental del año. Y el equipo lo volvió a demostrar: está diseñado definitivamente para las citas de grosor. Lo viviría plagado de suplentes, sin Marcelo, Kroos, Ronaldo, Benzema y Kovacic, pero con la convicción de su vidente, Zinedine Zidane.
Por temor o contratiempo, no estaba preparado para ver el duelo, pero el azar me encaminó. Primero con el móvil de mi padre en un restaurante de Chivay, marcaba Borja Mayoral, al que ni creía ni me lo esperaba. Y después en el hotel, con un 1-2 de fondo en la habitación. Los dos equipos atacaban sin estribos y el gol merodeaba, aunque no llegó hasta la segunda mitad.
Mi padre comentaba con miedo el riesgo de empate, pero otra vez, sentí la tranquilidad de la victoria. El partido se calmaba por momentos, con una Real que dominaba y un Madrid que defendía, con un poderoso Theo Hernández. Cuando más calmado estaba el asunto, más la recogía Isco. Y en una de esas, pensando en su lado perezoso, se saco un pase precioso y vibrante que despertó el instinto atlético y enjaulado de Gareth Bale. Y golazo. La convicción. La seda para ganar el partido y dormirlo en las botas de un malagueño y un mallorquín. Porque este Madrid de seductores, es de Isco y Asensio. Y así les intento convencer en Perú.