Viajábamos de Puno a Cusco y tras conocer a Hugo, futuro presidente de Perú, usaba con impaciencia el móvil de mi padre. Con el Comunio echando humo ya solo quedaba el plato fuerte: jugaría el Madrid. Y ademas, lo haría con un once dorado. Modric, Casemiro, Kroos e Isco, con Bale y Ronaldo, que volvia de la dichosa sanción. Los blancos se enfrentaban al Betis con la esperanza habitual del saco de goles y ampliar la autoridad que impusieron en Anoeta, me comenté mirando por la ventana. Guisella se sentó a mi lado y conversamos, sobre su vida a 4 mil metros de altura, su actuación como guía de prácticas y el cuy, la cobaya que comen los peruanos sin ningún resquemor. Tras varias horas, llegamos al hotel, y con el ansia de comprobar una goleada, algo me negaba el acceso a Internet. Sin embargo, los colegas de la recepción me solucionaron el problema para llenarme de decepción. Me llegó la notificación de un resultado prohibido, imposible, castigador: Madrid 0-1 Betis, en el 93, como el año pasado, solo que sin Ramos y con el remate de Sanabria que fue para dentro. Me tire a mi cama, cogí mi almohada y dije en alto, con una tristeza sonreída: joder, ya solo bordamos los partidos grandes. Como un equipo pequeño.