Justo esa mañana por azar, visitamos Machu Picchu. Y bendito azar que nos llevó a ver lo más brutal de mi joven mundo. Historias de incas, rencores hacia españoles, alpacas y fotos sobre el abismo. Estábamos arriba, en el pasado, lejanos al giro normal del planeta. Pero luego bajamos, y cuando llegó la realidad me acordé del Madrid, que justo a esas horas tendría que haber ganado al Alavés. Mi padre usó sus datos de Internet para acabar con la incertidumbre, pero el As se resistía, hasta que al fin la página cargó. Me miró de frente y tituló: “Ceballos puso los goles e Isco la magia”. Habíamos ganado. Miramos rápido el resultado y fue por 1-2, qué alivio. Pero de repente me acordé, había dejado a Ceballos en el banquillo del Comunio, marcó dos goles e hizo 21 puntos. Terrible. Una tragedia mayor que suspender un examen, fallar un penalty o llamar a tu novia por el nombre de tu ex. Por las vistas me repuse. Y el Madrid, tras empatar en casa con el Betis, salvó los muebles en su camino hacia la Liga. Los de Zidane lo saben: hasta que no esté todo perdido, no se sentirán los favoritos.