La Paura

Fuente: notiziesecche.it

Hay personas que nunca se terminan de olvidar, y demonios que nunca se olvidan de nosotros.

Sus lágrimas caen por dentro; adentro de su piel perforan las arterias que a su organismo llevan la acidez de sus retinas. Así se cuece en su interior toda su entereza. Está sentada exhausta en una hamaca del jardín de su casa, de trapos ensangrentados todo su rostro se reviste; menos sus ojos. Estos dos luceros iluminan la nariz recién sajada que sostiene en la palma de su temblorosa mano izquierda.

Hoy no ha sido un mal día para ella. Ha pasado la mañana y prácticamente toda la tarde en la laguna con su esposo. Ella adora esa agua sosegada. No obstante, se resiste a la sensación de felicidad; sabe que su pensamiento tiende a destrozar los recuerdos hermosos aceleradamente. Lo que fue tan lozano acaba cruelmente machacado y distorsionado en su memoria. Esta funesta y lamentable tendencia no la puede discernir. Hace tiempo renunció a intentar entenderla y pasivamente la soporta rezando por no volverse loca.

Sufre porque espera a su visitante de todas las noches y no puede averiguar si a ésta le gustará la nariz, si le quedará bien…

Su marido sabe que está enferma, pero ha tenido que salir y la ha dejado sola. Se ha ido con el pavor que siente en los huesos siempre que la deja sola. Quizás no vuelva a verla, y seguramente podría haberse quedado, pero se ha marchado. Los sentimientos de ella están encerrados en su alma y él ni puede conocerlos ni puede ayudarla. Por eso escapa.

El astro se oculta detrás de las formidables copas de los árboles que meditan en las cimas de las montañas, grandes murallas que rodean el pueblo de Losada.

Ella se ha levantado de la hamaca y se entretiene con cualquier tarea absurda. Sólo quiere retrasar el momento de entrar en la vivienda y enfrentarse al horror.

La inutilidad de sus tareas se hace irritante. No puede distraerse más y entra en el hogar.

Antes de acostarse echa un par de miradas nerviosas al pasillo. Se tumba, aunque no conciliará el sueño.

Es débil en el momento de enfrentarse a sí misma. Se ve lejos del descanso que desea alcanzar, no para de pensar, su mente falla y comienza a desvariar. Mantiene por un rato una tierna y descorazonadora conversación con su inolvidable fantasma. Luego no para de moverse, se retuerce y los espasmos musculares agitan sus piernas violentamente. Se revuelca y lo peor es que es consciente de lo patético de sus desvelos.

La noche la engulle con toda su oscuridad y aquí llega el momento más aterrador: la visita.

Comienzan a escucharse los golpes. Impactos fuertes contra la pared del pasillo que coinciden con el latido de su magullado corazón.

A través de la puerta abierta de su dormitorio ve el balanceo de una sombra más oscura que la penumbra del lugar. Va hacia ella tambaleándose y con el camisón ceñido al cuerpo con sudor. Sale al corredor y se la encuentra a la distancia de unos dos metros.

No recuerda la primera vez que se le apareció, sí que hace tres meses que comenzó a llamarla La Paura. Hace tres meses que quiso describirla, de ahí que le pusiera un nombre. El detalle lo anotó en una cuartilla y dice lo siguiente:

“La Paura: ser extraño que creó mi mente y que me visita cada noche a horas diferentes. Golpea con furia extrema su cabeza contra el tabique del pasillo, rompiéndose la nariz hasta aplastarla. No siente dolor porque está muerta y porque sólo es un fruto de mi seso. Me da un miedo terrible y me avergüenzo de ello, dado que tiempo atrás fue mi hermana gemela, la única persona con quien me he sentido bien y a quien he amado. Se llamaba Laura.”

Hoy no se va a quedar inmóvil, tiene algo que ofrecerle, de modo que se acerca y pone su mano en la frente de La Paura para impedir que continúe castigándose.

-Hola hermana. -Le habla con la voz resquebrajada. –

-Hola Cristina. -Contesta La Paura. –

– Por favor, deja de mortificarte.

– ¿Hasta cuándo me vas a traer aquí en este estado? ¿Por qué no me olvidas? Olvídame y mi tortura acabará.

– No puedo, te quise y te quiero demasiado. ¿No te acuerdas de las dulcísimas tardes que pasábamos en la laguna? ¿Por qué me dejaste? Te llevaste mi vida con la tuya.

– ¡Pero te dejé hace 36 años! ¡Y me has querido imaginar hasta los 50, teniendo que poner arrugas en mi frente! Tampoco te convenzas de que me querías tanto. No es verdad. ¡Y no me evoques la laguna! Estábamos muy unidas, pero la idea que tienes ahora de ese amor no es más que una exageración causa de tu padecimiento. Además, es evidente que te doy miedo.

– No lo niego. Me das mucho más pánico del que jamás pensé que experimentaría y posiblemente no te adoré tanto… pero no me dijiste nada, no hubo adiós cuando te arrojaste al barranco. Una pérdida así aumenta el valor del ser perdido. Y todo por tu nariz, una nariz aristada y desmedida que te parecía espantosa. Decías que por eso todos te rehuían. Yo jamás la vi fea. Las dos éramos hermosas. Pero da igual, hoy me he cortado la nariz que tanto envidiaste para ofrecértela. Me gustaría que te la cosieras.

-El problema no estaba en la nariz. El problema nunca está en la materia, sino que viene del intelecto. Cuando los sufrimientos del alma son demasiado complejos, buscan concretarse en ridículas dolencias del cuerpo. Pero es el espíritu el que llora.

– Mi espíritu también vino al mundo llorando. Las dos, hermana, las dos teníamos sueños mucho más elevados que nuestra apenada condición humana. Te ruego aceptes mi nariz.

– Me coseré la nariz si así lo deseas. ¿Qué más puedo hacer, si tan sólo existo en tu mente?

El marido de Cristina regresa muy tarde a la casa. Lo primero en lo que se fija al entrar es en la hermosa nariz cosida a un retrato de Laura de cuando ésta tenía 14 años. Una lámina muy colorista que él mismo había pintado en su mocedad con la ilusión de regalárselo a su musa. Fue una pena que tardase en encontrar ánimo para ello.

Vuelve a brotar sangre de la nariz para anegar el cuadro hasta dejarla flotando en un encarnado lago.