Una vez leí una entrevista a Irvine Welsh, el escritor de Trainspotting, en la que decía que la clave de su vida era tener dos tipos de amigos: la mitad intelectuales y la mitad hooligans. Y me quedé toda la tarde pensándolo: yo tengo eso y yo quiero eso.
Ayer, justo cuando se me ocurrió escribir la columna sobre mis colegas, no quise apuntarlo en notas porque en cualquier momento, por cualquier motivo, se podría chafar. Y cinco minutos después se chafó, con mis cuatro amigos odiándome. Alguien me llamó y les abandoné en mi última noche, el mayor pecado en el código de los colegas. Pero me dio igual, sabía que hacía lo mejor.
Después me reenganché a su noche en una sala de tecno, bailando poseídos, sin drogas de por medio, delante del dj. En compensación por mi fuga les llevé a una chavalita que bailaba esa música como nadie y estudia diseño en China.
Con mis colegas nunca sabes lo que puede pasar. Cuando te descuidas se pueden pegar, te lanzan ropa por la terraza, cocinan unos macarrones de locos o se pasan varias horas seguidas buscando vídeos de animales en Twitter. Ponen metal italiano de orientaciones sospechosas, chillan con Dover y se abrazan con Julieta Venegas. Por ahora, las veces que los he intentado juntar con intelectuales, los últimos han huido. Pero es el objetivo; Irvine Welsh lo consiguió.
Solo escribo a los que quiero. Y mucho de lo que escribo es gracias a vosotros.
PD: Espero que no lo lean