No es mejorar tus sentimientos, sino mantener tu confianza en ellos.
Empezó a correr de muy pequeña. Su padre había sido campeón olímpico de Maratón y nada más cogerla en brazos pensó en convertirla en toda una campeona.
Y a ella le gustaba el atletismo. Veía con entusiasmo los mítines por televisión y soñaba con llegar algún día a la fortaleza de esas espectaculares atletas. Sin duda era la que más disfrutaba con los ejercicios o, más bien, los juegos con los que aprendía atletismo cuando estaba en la categoría alevín.
A cierta edad, siendo juvenil, se especializó en carreras de media distancia. Correr rápido era lo que más le gustaba, le llenaba de felicidad y a veces sentía casi volar. Porque esta chica tenía una gran capacidad no sólo para el deporte, sino también para amar, y la carrera le ayudaba a gestionar sus sentimientos. Amaba la carrera y corría por amor.
Pero era demasiado buena, y empezó a ganar trofeos a nivel nacional. Su entrenador vio entonces una oportunidad que no dejaría escapar. Su club exigía resultados y él quería ganarse un nombre. De modo que empezó a entrenarla como a una profesional. Las sesiones de entrenamiento eran cada vez más duras, y a veces de una exigencia extrema, porque no conseguía la atleta perfecta y se frustraba.
Ella se sentía mal, no estaba dando la talla, defraudaba a su entrenador y más a su padre. Ya no la animaban y no la felicitaban como antes si no se superaba. Creyó que el cariño ya no era gratuito.
En la residencia de alto rendimiento donde vivía ahora no todos la miraban con buena cara y se sentía desplazada. Se convenció entonces de que tenía que cambiar y mejorar sus sentimientos infantiles para destacar. Tenía que sacrificarse más. Pensar en la idea de que estaba gorda para correr la dañaba en exceso, aunque lo cierto es que estaba bastante delgada. Se volvió casi anoréxica y esto le produjo miles de carencias que hubo de llenar con suplementos en vena. Así fue como cambió la alegría por el sufrimiento para llegar a la élite.
“Tienes que ser más dura” le decían y se decía a sí misma, pues pensaba que nadie la querría si seguía siendo aquella niña. Si deseaba seguir bajando sus marcas habría de modificar de forma drástica su cuerpo y su mente.
Los resultados tardaban en llegar. Entonces, en el momento en que se le pasó por la cabeza dejar el atletismo porque estaba lejos de triunfar, su entrenador la animó a dar el salto a la larga distancia, y al parecer acertó.
Su preciada atleta fue campeona de España y de Europa. Sin embargo, las medallas ahora no le decían nada, no las apreciaba pues en ellas no había amor, tan sólo sufrimiento.
Y ese ideal de atleta, esa dureza a la que tanto había aspirado de pequeña, se dio cuenta de que en realidad era una debilidad. Toda su vida se había convertido en una sola disciplina, en un crono, en minutos y segundos que había de bajar para sentirse un poco satisfecha. Y tenía miedo, muchísimo miedo. Las veces que se lesionaba ligeramente era como si ya no sirviese para nada.
La vida se acababa fuera de la pista y dentro de ella no se encontraba bien. Notaba una enorme presión sobre el pecho.
En estos días pensó que, si no seguía corriendo con esa exigencia, no habría perdón en el fracaso que vendría. Pensó también que la ilusión tan sencilla y tan bonita, que antes llegaba con los juegos y detalles más pequeños, ahora se debía alcanzar con el mayor de los sufrimientos. No lo entendía. No reconocía la belleza con la facilidad de antes.
Y echaba tanto de menos correr con tranquilidad que un día apagó el cronómetro en mitad de su entrenamiento. Apagó así la ansiedad durante unos instantes y volvió a escuchar a su cuerpo, a disfrutar del latido de su corazón y del ritmo de su respiración. De nuevo la invadió la confianza de días pasados, la verdadera fuerza. También sintió una rabia infinita por haberse alejado tanto de esa paz, por el día en que la ciega ambición se apoderó totalmente de su ser hasta machacarlo.
Supo que la línea de la obsesión se traspasa en aquella entrega que te hace abandonar tu trocito mejor, que ella lo escondía en sus sentimientos más pequeños, sinceros y “vergonzosos”.
El atletismo puede tener dos visiones: la romántica y la de las grandes medallas, y es muy duro y difícil lograr la segunda sin perder buena parte de la alegría y el romanticismo por el que se empieza a correr.