En una noche ilustre, un colega decidió cambiar su vida en Bratislava. Pero el destino se le echó encima; no era el día, ni las formas. En mitad de la noche y en lo más hondo del problema, mis dos amigos y yo conocimos a otros dos españoles. Nuestro tercer colega fue su reclamo, entregado al suelo de un contenedor de basura, pero siempre manteniendo las formas: «estoy bien, chavales», con sonrisa incorporada. Con la nueva ayuda nacional, le salvamos del suelo para una postura menos cómoda, de pie pero a duras penas.
Entre el barullo, uno de los dos españoles que conocimos se acercó a mí y me dijo a escondidas: “¿tú eres de los míos, no? Que me he fijado desde el principio”. Yo no supe qué elegir, (de los guapos, de los listos, de los imbéciles) así que me reí. «Cómo que de los tuyos”, le respondí. «Sí tío, de los que le dan a los petas”. Me volví a reír. “Qué va, tío, lo siento pero puede que no sepa ni fumar”. Le decepcioné, como cuando mi madre me mira después de no hacer la cama. Pero no me creyó mucho, porque se despidió de mí con la propuesta de quedar en Madrid algún día, para eso, para echarnos unos petas.
La mayoría de las veces, para los demás siempre seremos su primera impresión. Para bien o para mal, es algo que tenemos que aprovechar.