Estaciones

Estaciones

Decidí a lo que quería dedicarme el mismo día que viajé en taxi por primera vez. Hace cuarenta años me subí en un coche que conducía un desconocido y quedé fascinada por cómo ese hombre logró conocerme y calarme en los pocos minutos que duró el viaje.

El trayecto duró solo veintitrés minutos (nunca se me olvidará), y exactamente fue eso lo que tardó en llevarme al aeropuerto por primera vez en mi vida.

Siempre agradeceré que la lluvia en Madrid me obligase a coger ese taxi, porque desde ese momento tuve claro que quería ser taxista.

Ahora tengo cincuenta y siete años y un bonito coche blanco que paseo por la capital todos los días de seis de la mañana a tres de la tarde. Elegí ese horario porque por la mañana salen muchos más aviones, trenes y autobuses que en cualquier otro momento del día. Y podréis pensar que lo elegí porque cuanta más gente tenga que ir a una estación, más dinero gano yo. Pero lo cierto es que solo lo elegí con la excusa de poder acercar a la gente a sus seres queridos, al viaje de sus sueños o a recoger por fin a alguien que llega de viaje.

Desde el primer día que empecé a trabajar solo acepto trayectos a las estaciones. Fue muy difícil descubrir el truco, porque cuando van con maletas es fácil adivinar que se van o acaban de llegar, pero no es tan fácil identificar a alguien que simplemente va a la estación con la excusa de reunirse con un ser querido.

En cuanto recibo la llamada voy inmediatamente al punto de recogida y activo lo que yo llamo “las tres e”: estación, escenario, encuentro.

Primero pregunto a qué estación se dirigen (los aeropuertos son mis favoritos), después por el escenario, es decir, si es un viaje de amigos, si se van de luna de miel, si su hijo vuelve a casa después de un año sin verle. Por último, el encuentro: si se van ellos de viaje y hay alguien esperándoles al llegar o simplemente van a recoger a alguien que en esos momentos está volando, en la carretera o sobre raíles.

 Antes pensaba que me resultaría muy difícil lograr obtener toda esa información porque a las cinco de la mañana difícilmente me he deshecho yo de las legañas todavía, y la gente no tiene muchas ganas de hablar hasta, por lo menos, que el Sol ha salido.

Pero ocurre algo con los viajes: nos transforman. Nos hacen tener ganas de gritar a todo el mundo que nos vamos, que él viene.

Los trayectos hacia y desde el aeropuerto siempre son mis preferidos porque los aviones nunca son fáciles de coger. Porque cuando atravesamos las puertas del control de seguridad siempre nos giramos, despedimos, dejamos algo atrás. Siempre.

Todavía no sé si prefiero los viajes con maletas desde la terminal 4 porque acaban de aterrizar o los recorridos desde cualquier portal de Madrid hasta la terminal 2 porque se marchan.

Solo sé que admiro a todas y cada una de las personas que se atreven a despegar, a despegarse. Todos los días, de seis de la mañana a tres de la tarde escucho historias de desconocidos que me hacen querer cogerme un billete al primer destino que tenga un asiento libre…

Hoy hace exactamente cuarenta y un años que decidí que quería ser taxista, y esa fue la primera y única vez que me he subido a un avión. Tengo pánico a volar desde entonces.

Autora: Lara Moya

Fuente Imagen: Pinterest