Un brevísimo viaje a la sinrazón

Sobre el amor todo se ha escrito, pero nadie te explica a razonar con la templanza de un cazador aguerrido en el momento que azotan los sentimientos, tu ya olvidado buen juicio.

Sobre parejas todo se ha dicho, y aquellas oraciones pierden su voz, como eco en el desierto, al postrarte la vida en su línea de fuego.

Sobre el corazón todo se ha visto, cuesta preguntarse entonces cúando los libros redactarán acerca de aquellos que han sido rotos.

Cuando me hago las preguntas adecuadas, y las respuestas no acompañan, siento que me he perdido en una entretenida partida de ajedrez. Los sentimientos  funcionan justo al contrario, esperas poder mover ficha en algún punto hasta el momento en que levantas la cabeza y te percatas que la partida había acabado antes de empezar, pero el camino está por llegar, solo entonces puedes ganar.

Y es que asimilar la impotencia contraría la existencia humana, desafía nuestros instintos más primitivos y cede al miedo el cetro del poder. Y yo me pregunto, ¿Estamos condenados a ser movidos por la incertidumbre de un mañana ajeno?, ¿Dónde queda la especie más poderosa del universo observable frente a una hormiga, cuando esta obedece a leyes físicas y nosotros a los dados?

Creo tener una humilde respuesta a esta pequeña paradoja del destino, no es por castigo divino sino gracias la bendición de la bella natura que podemos volvernos locos, de otra manera no habría menús en restaurantes o colores en la paleta de Picasso. Asumo entonces que aquello que nos hace únicos, la huella primitiva, es un error sí, pero un error humano.

 

Autor: Roberto Arrojo