Por Javier Alegre, ganador del I Concurso de Relato Corto de Peñagrande en categoría adultos.
Ese día fue la primera vez que vi a mi tío reírse.
Yo nunca había conocido a un ciego hasta ese día. Pero mi tío lo era. También era un poco serio, nunca se reía. Ya nos lo había advertido mi madre, “mi hermano no se ríe nunca”, nos decía. Y es que era verdad. Siempre de morros.
Y luego están los sobaos pasiegos.
Por entonces yo no lo sabía, era muy pequeño y pensaba que mi padre lo decía de verdad. Luego me enteré de que no, de que sólo lo decía porque a él no le gustaban y por eso en mi casa no se comían.
Un día, volviendo del colegio, los vi en la panadería del barrio. Me gasté el dinero de la merienda en ellos. Subí a casa emocionado, y cuando vi a mi tío sentado en la mesa tomando el café, le puse el paquete de sobaos pasiegos a su lado.
Le dije: “Mi padre siempre dice que no los puedo comer porque yo ya veo bien” y le tendí el paquete, “así que estos son para ti”.
Y así fue como vi a mi tío reírse por primera vez.