Lo que me hizo feliz y lo que no del viaje a Menorca
Lo que sí
Una idea y las guerras en el mar. Lo más divertido de la playa es pelearte con tus amigos, aunque con este grupo estoy en infinito peligro. En el mar todas las guerras las libra y las gana Monís, esculpido en Grecia y rematado en La Masó. A él se le ocurrió la mejor idea del viaje: robar siete toallas y asaltar la piscina de un hotel de cinco estrellas. Al menos íbamos uniformados. Como nunca se fía de mí, Monís me regaló un libro antes de subir al avión. Rebelión en la granja, «para que no votes al PSOE y limpies más en casa».
Un acento y muchas charlas. Joaka también me regaña por no colaborar en casa. Yo le respondo, no sin ironía, que estaría feo ver a un escritor barriendo. En este viaje lo flipé con su acento. Nos sorprendió a Marce y a mí con la voz de una señorita dominicana, seguro que irresistible. Con Joaka fue con quien más charlas tuve y le admiro por aplicado y espabilado. Lo mismo te prepara el horno y te sirve una botella de vino (acciones inalcanzables para mí), mientras planea un complot que te deja sin cama esa noche.
La Luna en la terraza. Hace unas semanas leí que hasta la Luna tenía manchas. Una sentencia que me inquietaba. La redescubrí en una terraza de Menorca todas las noches, manchada por las nubes. Cuando la miraba solía acompañarme Nico, un conversador fantástico para cada ocasión. Un tipo refinado, rubio, al que solo le faltaban unas gafitas de intelectual, que por fin encontró en este viaje. Nico también es un agitador, capaz de provocar un par de peleas y expulsiones de discoteca por cada noche. Cosas de intelectuales.
Una forma de vivir. En el viaje conocí un poco más a Bora. Un tío que no se enfada y cuya dieta está basada en los pelotis, la fiesta y tomar el sol. Es un chaval que mola. Me da curiosidad saber lo que pensará de mí. Tras pasarme una semana yendo a comer solo a restaurantes (mientras él cocinaba como Chicote), con un viaje a la playa sin que me guste ir a la playa, y esperando a que todos se acostaran para escribir por las noches.
Una escena. En la penúltima noche del viaje Marce vino al salón a las 3 de la mañana para echarme la bronca. Él tenía razón pero yo también, una situación peligrosa para convertirse en pelea. Pero cuando el desenlace parecía irrevocable, nos pusimos a reír. Marce es vital en cada viaje porque su don es pintar fracasos, dignificarlos, como hizo Velázquez por primera vez. Y la vida y los viajes están llenos de fracasos. Marce sustituye los pinceles por su gracia especial.
La foto. Todos los días me quedaba mirando la foto de este texto y me quedaba contento. La he escogido porque define a Jimeno. Le ves reír y te pones feliz. Como cuando acabas exámenes o después de un gol de Karim. Jimeno además es la persona más graciosa del mundo; de fiesta, tranquilos o cada noche al llegar del trabajo. En Nantes te espero con muchos acompañantes y con los bolsillos llenos.
Lo que no
Contar los días para el final. Cada vez que salgo de casa cuento los días para volver. Me pasa siempre. Y cuando pienso en un viaje me apetece más llegar al día de regreso que al del inicio. Porque ahí ya lo habré vivido todo y porque ese día estaré en casa. Es un problema porque muchas veces disfruto más las cosas que espero que las que vivo.