Nunca me he querido ir, por eso me voy.
Lejos de mi felicidad y más aún de mi comodidad. Como si fuera una prueba para demostrarlo. Allí sobre todo echaré de menos. Un sentimiento bonito, al fin y al cabo.
Voy a extrañar a Jelen y sus ojitos. Esos ojitos tan vivos que te mueres. También echaré de menos sus mejillas. Siempre he creído que a quién más quieres es a quién más besas sus mejillas.
A mi padre. Por suerte existen los móviles para llamarle cuando tenga que decidir cualquier cosa. Ya tomaré mis propias decisiones cuando sea artista. Y para contarle todos los días lo bueno que es Benzema, y lo que pienso de la gente cuando nadie mira. O cuando nadie ve.
La comida de todas las semanas en casa de mis abuelos. Por la comida y mis abuelos. Fue el rato que me ayudó a saber lo que quería al final del cole, y seguirlo en la universidad.
Escuchar el ascensor y abrir la puerta porque está Marcelo. Dar golpes a la pared, escucharlos de vuelta y salir a la ventana con Marcelo. No pensaba que te iba a echar tanto de menos hasta que me puse a llorar con este párrafo.
A irse por gusto solo le encuentro una justificación: volver más valiente y menos idiota. Aunque lo de idiota ya no tenga solución.
Nacho, mi compañero del Adarve, me dijo que en el Erasmus vives todo como si fuera doble. Lo bueno y lo malo. Y me tranquiliza haber conocido a la gente con la que se encontraron Maiki y Mata.
Además espero aprender alguna tarea doméstica: jugar a la play mientras pido la cena y vestir todos los días del mes con camisetas azul claritas.
Vuelvo en Navidad; una fecha medida. El tiempo suficiente para que vosotros también me echéis de menos, pero algunos no me olviden.
Nunca me he querido ir, por eso me voy