En esta semana pasaron tantas cosas que diría que fueron siete días. El lunes fue para Andrea. Ir a clase juntos de 8 a 17 une, aunque nos hicimos colegas comiendo cuscús. Me llama a la habitación por si no me despierto y me traduce (porque ella sí me entiende) en los momentos decisivos. Schedule también será su palabra favorita.
El martes vino Gus a hacer tortilla de patatas al hotel. El chico vale para todo. Gracias a él la tercera planta pareció Madrid, con la gente asomada a sus puertas, viendo cómo lo hacía.
Mis amigas me dijeron que no lo hiciera, pero quedé con alguien que conocí por Instagram. Pareció el inicio de una relación millennial, pero al otro lado estaba Morais. La zurda de un futbolista y el instinto de un escritor. No te aparta la mirada como las chicas francesas, pero también es un engañador. Al final lo nuestro acabará en algún tipo de relación; por ahora escribiré para su revista.
La noche merecía terminarla en la Nuit. Cogimos un Uber de seis pasajeros y llegamos. Estaba igual que siempre, pero en Francia. Al día siguiente me salvó un podcast de David Jiménez que me concilió con el Periodismo.
Ya he descubierto mi parte favorita de Nantes, pero no sé cómo se llama. Es justo un sitio al que llegas tras correr mucho con la bici y no hay casi nada. Por eso me gusta. Ahí solo estás tú. Pero esta semana sobre todo descubrí a Borja y a Quique.
El viernes fuimos a una fiesta de Deborah de Luca. Un planazo si fueras alguno de mis amigos de Madrid. Me lo pasé mejor yendo a la discoteca; conocí a Irene, desde ya mi youtuber preferida, y me reí con María, con la que aspiro a ser su heterobásico favorito.
La semana fue muy feliz porque también estuvo Karim. Enseñó los goles y por fin todos se han dado cuenta de su talento. Hasta Reichel, que se enteró con mi narración al otro lado de la habitación.